sábado, 31 de octubre de 2015

“La escuela moderna”, de Francesc Ferrer i Guàrdia: actualidad de una propuesta pedagógica revolucionaria.






      La escuela moderna: La insólita peripecia vital de un pedagogo anarquista cuya obra deja obsoletas muchas de las propuestas educativas actuales o cuando ideología y vida aún cabían inextricablemente en las biografías.


Al margen de lo chocante que resulta saber que la nueva alcaldesa de “la gente” de  Barcelona escogiera a un aventurero político como Companys en vez de a un pedagogo anarquista para rendir tributo a su memoria, habiendo sido ambos fusilados en el Castillo de Montjuïc el mismo día de diferente año, me temo que sea entre poco y nada lo que quede en la memoria ciudadana, y aun profesional, de la vida y la obra del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia, un teórico del anarquismo pedagógico y del político, si bien al primero dedicó todos sus esfuerzos profesionales y propiamente su vida.
A principios del siglo XX , las mentalidades forjadas en el XIX aún tenían ciertos componentes heredados que, a día de hoy, incluso nos resultan sorprendentes, cuando no contraproducentes. La vida de Ferrer y Guardia tiene mucho de vida agitada al servicio de sus ideas republicanas, primero, y anarquistas después, lo que lo llevó al exilio en París, adonde fue en compañía de su mujer Teresa Sanmartí, con  quien tuvo cuatro hijos y con quien, como en cualquier divorcio de nuestros días, a punto estuvo de aparecer en la sección de sucesos de los diarios, mucho antes de su ejecución política como inspirador –le acusaron– de la insurrección de La Semana Trágica. El caso es que el desacuerdo con su mujer sobre la custodia de sus dos hijas mayores, llevo a su mujer a intentar asesinarlo. Ferrer i Guàrdia no puso denuncia alguna, pero aún hubo otro intento de asesinato, con pistola, por parte de su mujer, ninguno de los cuales fue mortal para el pedagogo. Más adelante se casa con Leopoldine Bonnard, una pedagoga, con quien tiene un hijo, Riego, de quien, finalmente, también se separará para acabar uniéndose con una colega de su obra pedagógica La Escuela Moderna, que puede llevar a buen término en Barcelona porque una antigua alumna suya francesa, Ernestina Meunier, le dejó una herencia de un millón de francos franceses. Decidido a poner en práctica sus ideales pedagógicos anarquistas, Ferrer i Guàrdia abre en Barcelona una escuela en la que, con algunas épocas de cierre forzado por la autoridad, va a ejercer su magisterio durante un periodo de ocho años, de 1901 a 1909.
La reflexión pedagógica suele, como el sueño de la razón, alumbrar no pocos monstruos, como bien sabemos quienes fuimos impelidos a aplicar un sistema, el constructivista de la LOGSE, que ha acabado prácticamente con la escuela pública, antes con cierto prestigio, en detrimento de la escuela concertada y privada, refugio de quienes buscan, supuestamente, lo mejor para sus hijos. Es por ello que me he acercado con vivo interés al libro en el que Ferrer i Guàrdia reunió sus experiencias para transmitirlas a cuantos ejercen la indispensable labor de la enseñanza, en cualquier nivel, porque todos, desde Parvulario hasta la Universidad son igualmente importantes, al funcionar a modo de castillo humano, como los populares de  Cataluña, en los que la base ha de ser lo suficientemente fuerte como para poder elevar el resto de los pisos.
Sin tener una vocación definida como profesor, me acerqué a la profesión con una sola ambición: ser útil, y darles a mis alumnos aquello que, desde mi especialidad, la Filología Hispánica, me veía capacitado para ofrecerles: ayudarles a saber leer y escribir lo más correctamente posible, amén de conseguir, si ello fuera posible, un estilo propio, una manera personal de manifestarse oralmente y por escrito. Las derrotas han sido innumerables, magros los éxitos y por toneladas de ceniza muerta, sin rescoldo alguno, pueden contarse las indiferencias recogidas en las aulas. Más aún cuando las autoridades, especializadas en no dar a los alumnos aquello que les conviene, sino lo que desde su paternalista visión de la vida creen que ellos necesitan, decidieron ampliar la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años, modificando, además, la doble vía Bachillerato y Formación Profesional para conseguir arruinarlo todo. Hoy me estremezco al leer que quieren elevar tal disparate hasta los 18 años…
Ferrer i Guàrdia, a pesar de cierta convencionalidad de aspecto con que ha pasado a la posteridad en los retratos que se conservan de él, a partir de los cuales casi nadie podría deducir su ideología anarquista y revolucionaria, fundó una escuela, La Escuela Moderna, en la que pretendió llevar a la práctica un modelo de enseñanza que se apartaba radicalmente del que era común en su época. Lo sorprendente de la lectura de su libro es que muchos de aquellos principios y no pocas de las prácticas cotidianas en su revolucionaria institución aún lo son en nuestros días, como veremos inmediatamente. Tener capital suficiente para afrontar la creación de una institución como la suya fue el mejor golpe de suerte en su vida de que disfrutó Ferrer i Guàrdia, quien, en el exilio, vivió las estrecheces propias de quien ha de defenderse, como él lo hacía, dando clases de español. Es llamativo que, en vez de mejorar su condiciones de vida, invirtiese ese millón de francos en la creación de una escuela que permitiese a sus alumnos prepararse para ser los forjadores del futuro del país a partir de la forja de sus propias personas, porque la voluntad de transformación social de la Escuela Moderna es tan inequívoca como el proyecto de contribuir a la formación individual de la persona, de quien ha de depender la primera, siguiendo su pensamiento anarquista. Al margen de su labor académica, Ferrer i Guàrdia fue el editor de un diario La Huelga General, que fue suspendido porque uno de sus redactores, Mateo Morral, fue el anarquista que lanzó la bomba contra la carroza real que llevaba al recién casado Alfonso XIII por las calles de Madrid, la cual, al tropezar con el tendido del tranvía, acabó matando a 25 personas que contemplaban el paso de la comitiva real, en vez de acabar con la vida del rey, quien salió ileso. Ferrer i Guàrdia también fue detenido, así como Soledad Villafranca, amante de Morral, pero ambos fueron absueltos. Soledad Villafranca, profesora de La Escuela Moderna, y anarquista como Morral y Ferrer, acabó siendo la última pareja del pedagogo, después de separarse éste de Leopoldine Bonnard, quien permaneció en Francia
[Dejo anotada aquí la sugerencia de investigar sobre esa notable mujer, Soledad Villafranca, porque a quien lo haga le será muy fácil sacar una novela biográfica muy digna de leerse con apasionado interés, a poco que sepa escribirla sin una retórica demasiado desaliñada]. 
Mateo Morral, cuya vida daría pie para una entrada de este y de cualquier Diario, huyó después del atentado, pero fue detenido en una venta cerca de Torrejón de Ardoz. Lo delató, al parecer, el acusado contraste entre sus finas maneras burguesas y su atuendo, un mono de mecánico, además del fuerte acento catalán. En el curso de la detención, fue ejecutado en oscuras circunstancias que impidieron resolver el misterio de aquel atentado, porque el informe oficial habla, contra la lógica indiciaria del examen forense, de que Morral mató al guardia que lo custodiaba y acto seguido se suicidó. La historia de Mateo Morral y su relación con él forma parte, sin duda, de las pruebas que, por instigación de La Semana Trágica, se presentaron en su contra en el juicio en el que acabó siendo condenado a muerte, lo que provocó una ola de protestas a nivel internacional que volvería a repetirse, no mucho después, en agosto de 1927 por el proceso a los anarquistas Sacco y Vanzetti.
Una característica esencial del proyecto pedagógico de Ferrer i Guàrdia en aquella época represiva es la coeducación, algo que choca frontalmente con la separación por sexos de la enseñanza estatal, excepto en la escuela rural, donde sí está permitida esa coeducación por mor de las circunstancias propias de tales escuelas. Ciertas corrientes pedagógicas insisten hoy, por ejemplo, en la separación de sexos como una vía que permita, sobre todo a las mujeres, desarrollar plenamente su potencialidad académica, algo que el contacto con los chicos tiende, a veces, a inhibir, por razones obvias. La coeducación va asociada a la reivindicación del nuevo papel que ha de desempeñar la mujer en la sociedad como portadora de la igualdad de derechos, una igualdad que, en aquel momento, no alcanzaba ni siquiera al derecho al voto, que aún habría de esperar a la Segunda República para ser conseguido. La igualdad de sexos, así pues, patentizada en la acción diaria de La Escuela Moderna es, por tanto, una seña de identidad clarísima del motor revolucionario que supuso la institución de Ferrer i Guàrdia, la cual fue atacada por la prensa conservadora de una manera casi encarnizada. Pero para Ferrer i Guàrdia era evidente que la dona no ha d’estar reclosa a la llar. El radi de la seva acció ha de dilatar-se enfora de les parets de la casa: aquest radi hauria d’arribar fins on arriba i acaba la societat.
A pesar de ser una escuela privada, la suya, se impuso como norma de admisión que se pagara la matrícula y las cuotas mensuales en función de las posibilidades económicas de las familias, lo que significaba que había quienes apenas pagaban nada y otros que pagaban por ellos y por buen número de quienes no podían pagar nada. Es evidente, pues, que la escuela funcionaba a partir de personas vinculadas muy estrechamente al ideario que impulsaba Ferrer i Guàrdia, por lo que éste pudo sacar adelante tan particular institución que él asemejaba, si hubiera de buscar un ejemplo en el resto del país, a la Institución Libre de Enseñanza. Lo que distinguía a una de otra era la orientación anarquista de la de Guàrdia y la burguesa dela ILE, si bien ambas instituciones compartían la enseñanza racional, la experimentación, el contacto del alumno con la realidad, la enseñanza práctica y la formación individual del carácter.
La Escuela Moderna, a diferencia del modelo educativo catalán actual, por ejemplo, no se planteaba “adoctrinar” a los alumnos, sino formarlos para que, desde el respeto a su autonomía, ellos fueran apropiándose de las herramientas que les permitieran formarse una idea de ellos mismos y de la realidad en que vivían: [els nostres alumnes] quan s’emancipin de la racional tutela del nostre Centre, continuaran essent enemics mortals dels prejudicis; seran intel·ligències substantives, capaces de formar-se conviccions raonades, pròpies, seves, sobre tot allò que sigui objecte del pensament. Y ello siguiendo algo que hoy en día casi nos parece a muchos educadores un insulto a la corrección política defendida por no pocos manipuladores de conciencias, en estos tiempos en los que parece que solo sea políticamente correcto la exigencia de derechos sin contraprestación de deber alguno: Ensenyarà els veritables deures socials, de conformitat amb la justa màxima: No hi ha deures sense drets; no hi ha drets sense deures. Sí, me parece evidente que la pedagogía respetuosa con el educando de Ferrer i Guàrdia dista años luz de los intentos de todas las leyes educativas forjadas en la actual atapa democrática española por modelar a ese alumnado a partir de ideologías específicas, sean de derechas o de izquierdas. Recordando aquel célebre artículo de Manuel Vicent, a los pedagogos actuales podríamos decirle: “¡No pongas tus sucias manos sobre esos discentes!” De eso es de lo que se trata en el libro donde Ferrer i Guàrdia hizo una recapitulación de su aventura pedagógica. Quiero aportar un presupuesto de la nueva Escuela Moderna que, a quien lo lea, le hará reflexionar hasta qué punto el sistema educativo nacionalsecesionista catalán se sitúa en las antípodas de la razón: L’Escola Moderna actua sobre els infants: els prepara per l’educació i la instrucció per a ser homes, i no anticipa amors ni odis, adhesions ni rebel·lies, que són deures i sentiments propis dels adults: en altres paraules, no vol collir el fruit abans d’haver-lo produït pel seu propi conreu, ni vol atribuir una responsabilitat sense haver dotat la consciencia de les condicions que han de constituir-ne el fonament: els nens han d’aprendre a ser homes i quan ho siguin, en el seu moment, que es declarin en rebel·lia.
En estos tiempos de extendidos adoctrinamientos de todo tipo, pero sobre todo nacionalistas, resulta curiosa la reacción de Ferrer i Guàrdia cuando un nacionalista catalán le sugirió que llevara a cabo su obra en catalán: Hi va haver, per exemple, qui inspirat en mesquineses de patriotisme regional, em va proposar que l’ensenyament es fes en català, empetitint així la humanitat i el món als escassos milers d’habitants que caben en el racó format per part de l’Ebre i els Pirineus. Ni en espanyol l’establiria jo –vaig contestar al fanàtic catalanista–, si l’idioma universal, reconegut com a tal, ja l’hagués anticipat el progrés. Abans que el català, cent vegades l’esperanto. Leyendo esta furibunda reacción no le extraña a uno, como es lógico, que la alcaldesa independentista de Barcelona prefiriera homenajear a un golpista como Companys antes que a un liberador de servidumbres como Ferrer i Guàrdia. Supongo que el respeto integral a la capacidad de decisión de los seres humanos que no advertimos en el movimiento secesionista catalán es incompatible con la visión anarquista de Ferrer i Guàrdia, para quien la missió de l’Escola Moderna consisteix a fer que els nens i les nenes que li són confiats arribin a ser persones instruïdes, verídiques, justes i lliures de qualsevol prejudici. Amb aquesta finalitat, substituirà l’estudi dogmàtic pel raonat de les ciències naturals. Excitarà, desenvoluparà i dirigirà les aptituds pròpies de cada alumne, per tal que amb la totalitat de la pròpia vàlua individual, no solament sigui un membre útil a la societat, sinó que, com a conseqüència, enlairi proporcionalment el valor de la col·lectivitat. Supongo que los neopaleocomunistas de las miles de plataformas que dicen representar a “la gente”, advertirán en esas ideas de Guàrdia poco menos que un individualismo capitalista que les parecerá aberrante.
Hace unas semanas tuve el placer de leer un artículo de Joselu en su extraordinario blog, Profesor en la Secundaria, donde se hacía un elogio de la alegría como fundamento del acto pedagógico. Sin alegría no se puede estudiar, sin alegría no hay posibilidad de que el acto educativo cumpla con su finalidad, sin alegría, venía a decir, cualquier intento formador nace muerto. No me sorprendió el planteamiento, porque eso es algo de lo que cualquier profesor sin orejeras, pero no quienes lucen las ojeras del amargo desencanto profesional, se da cuenta a poco de empezar su práctica educativa. Otra cosa es cómo conseguir ese bendito clima en el aula alrededor de ciertas materias más dadas a la aridez que otras, claro está. En cualquier caso, lo que me llamó la atención fue la coincidencia entre el renovado esfuerzo creativo-profesional de Joselu y el planteamiento pedagógico de Ferrer i Guàrdia con más de un siglo de distancia: ambos, por supuesto, a la vanguardia de los movimientos de renovación pedagógica. Joselu mezcla la alegría con otro concepto venido de allende la mar océana, la gamificación, que también aparece en la teoría de Guàrdia, lo que constituye, sin duda, una coincidencia sorprendente. He aquí lo que sostenía Ferrer i Guàrdia al respecto: L’alegria, com afirma Spencer, “constitueix el tònic més poderós; tot accelerant la circulació de la sang, facilita millor l’acompliment de totes les funcions; contribueix a augmentar la salut quan n’hi ha, i a restablir-la quan s’ha perdut. El viu interès i l’alegria que els infants experimenten en els entreteniments són tan importants com l’exercici corporal que els acompanya. Per això la gimnàstica, que no ofereix aquests estímuls mentals, resulta defectuosa…” Però, hem de dir amb el pensador al·ludit: una mica és millor que res. Si haguéssim d’escollir de quedar-nos sense joc i sense gimnàstica, o acceptar el gimnàs, de seguida, amb els ulls tancats, optaríem pel gimnàs. Els jocs, d’altra banda, mereixen en la pedagogia un altre punt de vista i una major consideració, si es vol. És d’absoluta necessitat que es vagi introduint substància del joc a l’interior de les classes. [Al països més cultes] no s’ha fet altra cosa, per realitzar aquesta finalitat, que arrencar d’arrel, de les sales de les classes, el mutisme i la quietud insuportable, característiques de la mort, i portar-hi, a canvi, el benestar, la intensa alegria, la joia. La joia, la intensa alegria del nen a la classe, quan comparteix l’ambient amb els col·legues, s’assessora amb els llibres, o està en companyia i intimitat amb els Mestres, és el senyal infal·lible de la seva salut interna: de vida física i de vida d’intel·ligència. Esa insistencia en la seriedad del juego, lo mismo que en la práctica del ejercicio físico -¡hoy sabemos que el ejercicio aeróbico es capaz de generar nuevas neuronas y se ha convertido en la principal terapia contra la depresión profunda!– es algo que debió de chocar lo suyo en aquellos tiempos encorsetados y envarados, en los que la ignorancia del propio cuerpo y de sus necesidades, a todos los niveles, formaba parte del “orden natural de las cosas”. Ferrer i Guàrdia, desde esa perspectiva, puede ser considerado como un avanzado de tantas y tantas terapias como nos ofrecen hoy mejorar nuestra vida con poco esfuerzo: Taylor diu: “S’hauria d’ensenyar els infants a jugar amb la mateixa cura que més tard se’ls ensenyarà a treballar…” A més, el joc és apte per a desenvolupar en els infants el sentit altruista. El nen, en general, es egoista, i en aquesta fatal disposició hi intervenen moltes causes, essent la principal de totes la llei d’herència. De la qualitat indicada es desprèn el natural despòtic dels infants, que els porta a voler manar arbitràriament els altres amiguets. En el joc és on hem d’orientar els infants perquè practiquin la llei de la solidaritat. Les prudents observacions, els consells i les reconvencions de pares i professors s’han d’encaminar, en els jocs dels infants, a provar-los que es treu més utilitat si s’és tolerant i condescendent amb l’amiguet que no pas si s’és intransigent: que la llei de la solidaritat beneficia els altres i el que la produeix.
Hay otros aspectos de la Escuela Moderna algo más obvios y que responden a la situación social propia de la época, como la lucha por la racionalidad científica y contra las supersticiones, sobre todo las de la religión católica, sobre las que no merece la pena detenerse. Sí conviene hacerlo, sin embargo, ahora que está tan de moda el debate acerca de la teoría constructivista de la enseñanza, sobre la opción de Ferrer i Guàrdia por la creación propia de los materiales educativos, algo a lo que le dedicó mucho tiempo y dinero, porque editó buena parte de los utilizados en la Escuela Moderna. Igualmente, su teoría contraria a los exámenes y a las calificaciones escolares que dividen a los alumnos estigmatizándolos e incluso provocándoles malestares de índole física incompatibles con el proyecto de crear seres libres que no vean la competencia como un valor, sino que reserven ese lugar de privilegio a la solidaridad, la única alternativa para construir la sociedad sin clases que él preconizaba. Es enérgica su denuncia contra la enseñanza oficial, contra el uso de los manuales, contra el poder casi omnímodo de la Iglesia católica en el ámbito de la enseñanza, etc.  Pero lo que quiero destacar con algún énfasis es la coincidencia que he advertido entre una parte de la teoría de la Escuela Moderna y las teorías pedagógicas de Pedro Montengón, exjesuita ilustrado exiliado, expuestas en su novela Eusebio, de clara raigambre rousseauniana, sobre quien escribí  una entrada en este Diario, y que defienden la preeminencia del aprendizaje inicial de un oficio, algo que choca con la soberbia educativa de nuestros próceres políticos actuales, empeñados en conseguir seres renacentistas duchos en humanidades y ciencias para acabar, en realidad, expulsando del sistema a quienes han de dejarlo sin siquiera la oportunidad de hacerse con un oficio del que poder vivir con un mínimo de dignidad. Dice Guàrdia: En comptes de fonamentar-ho tot sobre la instrucció teórica, sobre l’adquisició de coneixements que no tenen significació per a l’infant, es partirà de la instrucció pràctica, aquella l’objectiu de la qual se li mostrio clarament, és a dir, es començarà ler l’ensenyament del treball manual. (…) Un home i un infant sans tenen necessitat de treballar; ho prova la història sencera de la humanitat. (…) L’ofici té la lógica inflexible: guía el treball millor que no ho podriea fer l’alta ciencia. (…) Fàcilment es pot comprendre que qualsevol ofici en els nostres diez, per ser convenientment conegut i exercit, va acompanyat d’un treball intel·lectual. (…) A mesura que l’infant avanci en l’aprenentatge, se li presentarà la necessitat de saber, d’instruir-se, i laeshores s’haura de vigiñar de no ofegar aquesta necessitat, ans al contrari, una vegada sentida i manifestada, se li facilitaran els mitjans de satisfer-la. En Eusebio, el instructor del personaje le insiste en que ha de aprender el oficio de cestero mediante el cual poder mantenerse, satisfacer sus mínimos vitales, para, después, dedicarse a menesteres intelectuales de más enjundia, como el estudio de los clásicos.
En términos generales, así pues, las líneas básicas de la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia implican una concepción pedagógica de inesperada vigencia que convendría incluir en los estudios para la formación del profesorado, del mismo modo que las teorías socializadoras de Paul Goodman, el anarquista usamericano coautor del célebre manual teórico de la terapia Gestalt con Fritz Perls. Como prueba de que mi intuición no debe de andar muy lejos de la realidad, adjunto fotografía de una nota hallada en el libro de la Biblioteca de la Facultad de Pedagogía en la que se detalla una referencia bibliográfica a la que hace unos días me había acercado por rutas que nada tienen que ver con este acercamiento a Ferrer i Guàrdia que he hecho por sorpresa, porque mi hija lo había sacado de dicha biblioteca.
En el texto de la nota hallada se lee: Paul Goodman –Ensayos utópicos y propuestas prácticas. BCN. Península, 1973. Acaso algún día caiga, como este de Ferrer i Guàrdia en mis manos, por pura ley del azar, y algo saque en claro.

P.S. Siguiendo una costumbre de otras entradas, he dejado sin traducir unos textos en catalán cuya comprensión no me parece difícil para cualquiera que conozca bien el castellano.


5 comentarios:

  1. Es muy interesante ver cómo la pedagogía de Ferrer y Guardia es en parte impugnada por los propios anarquistas. Joan Puig Elias (que fue el presidente del CENU) no es, como se suele decir a veces, el continuador de la obra de Ferrer, sino su impugnador, aunque su impugnador educado. Su defensa de "la escuela natural" es la defensa del emotivismo frente a la exigencia racionalista de Ferrer.

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    1. Son muy instructivas las páginas que dedica Ferrer a la enseñanza de la Geografía y cómo parte, para su estudio, del contacto real con ella. La defensa de la escuela sin calificaciones no estaba reñida, en efecto, con el rigor del aprendizaje sustantivo. Otra cosa es que se les hubieran pasado a sus alumnos "pruebas evaluadoras", tan de moda...

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  2. Un ensayo muy satisfactorio sobre la figura y obra de Ferrer i Guardia cuya importancia se me escapaba aunque conocía de sobras su periplo educativo y su final infausto. Creo que los postulados de la Escuela Moderna siguen siendo vigentes actualmente.

    La alegría del aprender debe impregnar el acto educativo como bien argumenta Ferrer. El objetivo de la escuela, por contra, no debe ser por principio el diseño de ciudadanos felices sino individuos libres, con capacidad de raciocinio. Para ello hemos de impregar el aprendizaje de alegría pero no tomar como objetivo el conseguir su felicidad. Esto me parece necio. Son dos cosas distintas. Y, efectivamente, el juego es un instrumento formidable para el aprendizaje. El aprender basado en el juego tiene unas posibilidades cognitivas muy estimulantes.

    Nada hay más aburrido que un dictado, nada hay que los alumnos vean con menos simpatía y sí con mucha resignación. Estoy metido ahora en convertirlo en un ejercicio apasionante. El lunes haré mi primera puesta de largo en el aula. Será una sesión experimental. Veremos qué sale de allí. Introduciré el juego en el diseño del dictado, el juego y la tecnología. Todo lo que tiene que ver con el juego les puede llegar a apasionar. No se trata de convertir el aula en un salón de juegos pero sí utilizar su potencial gigantesco.

    Y a ellos es más fácil llegarles mediante las emociones. Parece que es un principio que la Neuroeducación tiene muy claro. Y es el hecho de que si el conocimiento viene ligado a una emoción es diez veces más eficaz que si es solo racional. Desconozco el planteamiento de Ferrer al respecto.

    Puedo entender que el pedagogo anarquista invirtiera su dinero en crear una escuela mejor para los niños. Lo entiendo porque en mucha menor medida yo lo estoy haciendo para que mis alumnos tengan herramientas educativas a la altura de los tiempos. Es algo que no me duele. Lo sabe la dirección del centro pero me han dicho que no pueden apoyar proyectos personales que no vienen avalados por el departamento o la línea pedagógica del instituto. No obstante, sé que cuento con la simpatía de la directora en mis proyectos, y en alguna medida siento la pasión que sentía Ferrer i Guàrdia al poner en marcha una pedagogía rebelde y racional de la que van a ser beneficiarios mis alumnos que cuando entran en zona de Lengua Castellana, entran en un territorio sorprendente y desafiante frente a las líneas conservadoras del profesorado.

    Un ensayo que he leído con enorme interés, máxime al encontrarme allí citado generosamente por el autor.

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    1. Ni soy pedagogo (Juan de Mairena tenía a Herodes como pedagogo de referencia, por cierto..) ni un especialista en Ferrer i Guàrdia, por supuesto, sino un lectófago capaz de meterle el diente a cualquier volumen en el que advierta relieves nutritivos. Lo de las emociones me parece que a Ferrer le caen un poco a trasmano, porque la emoción básica defendida por él es la de la felicidad como requisito para el aprendizaje. Defiende, como no puede ser de otro modo, dado su anarquismo, el fomento en el discente de la solidaridad cooperativa, los resultados de la cual son una fuente de bienestar espiritual de primer orden, a su parecer. Supongo que entre los principios generales y los éxitos al por mayor se interpondrían los conflictos del día a dia, pero en su concepcion escolar no cabían ni las recompensas, de ahí la ausencia total de calificaciones, ni los castigos. Es cierto que su "población" estudiantil no era universal, sino escogida entre los seguidores de sus ideas, lo que vendría a convertir la Escuela Moderna un poco en una cooperativa aunque de titularidad privada. Es interesante destacar que el esfuerzo de educación lo extendió también a los familias, para las que organizaba conferencias y cursos los domingos por la mañana, es decir, que el esfuerzo educativo no solo era total, siete días a la semana, sino que, además, había de ser compartido con los familiares.
      ¿Y cómo no iba a citar a "mi pedaggo de referencia"...?

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  3. Por cierto, cuando aparece en tu registro que tienes una visita de Mataró, no te preguntes qué anónimo admirador tienes allí. Soy yo. No sé por qué el sistema me sitúa allí. Le doy vueltas y vueltas pero no entiendo por qué. Estamos muy lejos Mataró y Cornellà.

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