domingo, 1 de marzo de 2015

“Obra completa de A.O.Barnabooth”: El otro él de Valery Larbaud.



                       

Valery Larbaud por Pierre Sichel 


Vida y obra de Archibald Olson Barnabooth, un heterónimo de Valery Larbaud, o la esencia de Valery Larbaud  en un heterónimo.



Venga. Sugerencias. Un texto eminentemente juanpoziano. Esto es: desencajado, decadente y diletante, que bien que podría brindarle la suficiente sustancia para una suculenta entrada al autor de este blog. A.O BARNABOOTH, de Valery Larbaud. Seguro que lo habrás leído.

Así rezó (laicamente) la petición de Julian Bluff para, saliéndose de las propuestas que yo hice en [Nota a pie de Diario], sugerirme una entrada sobre Larbaud: ésta que aquí inicio con el reconocimiento y el agradecimiento necesarios. Julian no dudaba de que lo hubiera leído. Y no tenía razón, pero, a pesar de no haberlo leído hasta esta deliciosa semana de gripe intelectora que acabo de pasar, nada más haberlo acabado me atrevería a decir que incluso debería haberlo escrito, si mis limitaciones no fueran las que son.
Mi identificación literaria con Larbaud ha sido absoluta, y su Barnabooth es mi extraño Poz de mí mismo, porque, a diferencia de Larbaud, mi heterónimo no lo reivindicará nunca otro nombre municipal y espeso. Hay diferencias obvias, sobre todo de clase social, que afectan a lo que no es tan epifenoménico como a primera lectura pudiera parecer, porque hay una vivencia de lo exquisito que, desde la perspectiva del fervoroso adalid del gañan style que yo soy, reivindica igualmente la singularidad del objeto y, sobre todo, la agudeza de los sentidos, además de una expresión que rehúya la vulgaridad, el adocenamiento. El Diario íntimo de Barnabooth nos muestra al personaje en un momento clave de su desarrollo personal, cuando ha de decidir cuál ha de ser su camino y, sobre todo, quién ha de ser él, o con qué imagen de sí mismo quiere identificarse. Ese hermoso proceso que algunos inician en la adolescencia y otros no acabamos ni en la vejez nos ofrece unas páginas espléndidas, llenas de certeras reflexiones, de excepcionales introspecciones, de agudezas incomparables, de un depuradísimo sentido del humor y, por supuesto, de un riquísimo estilo literario que se deduce de la recreación magnificente que ha hecho el traductor y posfacista Adolfo García Ortega para la editorial Igitur.
 Archibald Olson Barnabooth es una creación de indudable eco autobiográfico, y apenas, el lector que ha leído noticias biográficas sobre Larbaud, puede discernir dónde empieza uno y acaba el otro. De hecho, la orfandad del personaje, vigilado por un tutor, parece, incluso, un desquite contra la propia madre, de religión protestante –el padre era católico– de quien Larbaud se hubo de independizar traumáticamente. Huérfano desde los 8 años, la ausencia del padre constituye, en forma de desamparo y de rebeldía contra la madre castradora, un tema capital del diario íntimo. El proceso de asunción de su propia personalidad, narrado a partir de la vida itinerante del personaje por Europa, indicando claramente la vocación europeísta del delicado esteta, es el tema central del diario íntimo que se lee con auténtica avidez e infinito placer. Así lo habrá leído Pere Gimferrer, quien bien puede reclamarse hijo espiritual de Valery Larbaud, y a quien habría de haberle dedicado, como homenaje, su apabullante Dietari. No en vano, Gimferrer ha dejado anotado en el libro de condolencias por la reciente muerte de la conocida actriz Rosa Novell unos versos de Françoise de Malherbe, autor citado a su vez por Barnabooth con verdadera devoción: La crisis de entusiasmo malherbiano que atravieso en este momento. Y este autor me gusta tanto, con su apodo de Padre Lujuria, su sífilis, de la que estaba tan orgulloso; las frases-mazo con que pulverizaba las mínimas afectaciones de entusiasmo de sus discípulos; la protección altiva que concedía al buen sentido, cuando en realidad estaba de vuelta de todo; y el desdén que tenía hacia su arte; ¡él, el Padre de la Poesía moderna! (…) Una vez más he vencido a la sombra, he atravesado el subterráneo de la noche y ya (voy a hablar a lo Malherbe): “Y ya ante mí los campos se pintan/del azafrán que del mar trae el dia” Se trata de una de las últimas estrofas de su largo poema Las lágrimas de san Pedro, inspirado en el de Luigi Tansillo con el mismo nombre.
Hijo único de una familia rica, Larbaud tuvo una existencia regalada materialmente y más que agitada, espiritualmente. Los veintidós últimos años de su vida, sin embargo, los pasó retirado de toda actividad literaria por un ataque que lo dejó hemipléjico y afásico, a él que se había convertido en algo así como el principal dinamizador cultural europeo no solo de la cultura francesa, sino de la norteamericana, de la sudamericana, la española y la italiana, actividades de traducción, edición y divulgación a las que se deben los estudios que reunió bajo uno de los más hermosos títulos que puede ponérsele a un libro: Ce Vice impuni, la lecture…; en esos sombríos y eternos veintidós años, cumpliendo el hermoso dictum/hábito de su personaje Barnabooth, Con cada palabra nueva que aprendo limo poco a poco los barrotes de mi prisión, Larbaud dedicaba su tiempo a la lectura de diccionarios… actividad que, salvando las distancias, practico, espero que sin tener que llegar a quedarme lelo, desde hace más de 40 años…, y antes también de haber leído en Las palabras y las cosas (una de las grandes obras del siglo XX), de Michel Foucault, que lo que nos dejan las civilizaciones y los pueblos como monumentos de su pensamiento, no son los textos, sino más bien los vocabularios y las sintaxis. Desde la literatura en lengua española hemos de recordarlo con agradecimiento porque fue algo así como el embajador de Ramón Gómez de la Serna en Europa, quien descubrió en el acto la grandeza literaria del madrileño y le abrió las puertas de la gloria continental.
La primera obra de Barnabooth, antes de la Obra completa, fue una colección de poesías que incluso fueron editadas y, posteriormente, añadidas al diario para la edición de la definitiva Obra completa de A.O.Barnabooth, si bien solo pasaron a esta algunos de los poemas. En la edición de Igitur se recogen en un apéndice los desechados. Preguntado el autor por esas ausencias en la edición de la Obra completa solo pudo decir la verdad: “eran muy malos”, e hizo bien en no empañar con su presencia el brillo de los escogidos, una muestra afortunada de poesía cosmopolita, decadente y luminosa cuyos ecos se advierten con claridad en Arde el mar, de Gimferrer, próximamente en esta pantalla… Ahora, con esta perdonable falta de respeto filológico editorial a la voluntad expresa de los textos fijados por los autores, el lector puede comprobar el abismo poético entre los textos aceptados y los rechazados. Es tal la diferencia que incluso podría hablarse, con tecnicismo poético, de meros monstruos, para los segundos. Borborigmos es el título genérico e irónico que utiliza Larbaud para los poemas de Barnabooth, y aunque pudiera creerse que hay una cierta perspectiva ludicojocosa en la creación de los mismos, al aparecer con el título de Poèmes par un riche amateur, en 1908, lo cierto es que su dimensión cosmopolita de la búsqueda del yo significan una importante innovación poética en aquellos primeros años del siglo XX. Debería ser algo así como el poeta oficial de la Unión Europea, la verdad, como se pueda advertir en el poema políglota, La Neige*, que transcribo al final de la entrada. La dialéctica entre la pertenencia a la élite y al pueblo, que atraviesa el diario íntimo, también aparece en los poemas, que pueden ser leídos como una suerte de hermoso e intuitivo prólogo lírico: He andado entre la masa con delicia,/pues yo mismo  y mis deseos somos masa./Y si en algo, ¡ay, me distingo de vosotros/es porque veo/aquí, entre vosotros, como una aparición divina/ante la que me lanzo para que me roce,/infamada, ignorada, proscrita,/diez veces misteriosa,/la Belleza Invisible. La reivindicación cultural y ciudadana, entendiendo la ciudad, la gran ciudad, como la cima de la cultura occidental, es otra de las grandes vetas del diario que aparece en las poesías: Desprecio los países coloniales, dueños solo/de la maravilla de su naturaleza, que no han sabido/ni siquiera procurarse un Teócrito/ (…)/donde no hacía más que pensar en ti, en ti, Europa./ Porque en ti, entre la niebla, viven las bibliotecas!/ ¡Ah, aprenderlo todo, todas las lenguas, saberlo todo!
Ya he dejado dicho que el Diario íntimo me parece un texto de lectura inexcusable. Son muchas las referencias que pueden venírsele a uno a la memoria, al leerlo, y a veces, con excesiva arbitrariedad, como es el caso de la relación que a mí me ha dado por establecer entre este Diario y el Tonio Gröger de Thomas Mann, también una muestra de la crisis de conciencia de un autor, pero hay, en el capítulo IV de la novela de Mann, toda una declaración de intenciones que hermana las almas de Barnabooth y de Kröger, como cuando afirma lo siguiente: La “vida” hay que verla como eterna antítesis del espíritu y del arte, -no como una visión de sangrienta grandeza y salvaje magnificencia-. A nosotros los seres elaborados no se nos revela como algo excepcional; el reino de nuestro deseo es lo normal, lo honesto y común; es la vida con su seductora banalidad. Está lejos de ser un artista, mi querida, aquel cuyo último y más profundo anhelo es lo refinado, lo excéntrico y satánico; aquel que no siente la necesidad de aproximarse a los ingenuos y los simples; la nostalgia por un poco de amistad, por un poco de familiaridad y felicidad humana; la secreta y angustiosa nostalgia, Isabel, hacia los goces de la mediocridad… ¡Un amigo humano! ¿Quiere creer que me sentiría orgulloso y feliz de poseer un amigo entre los hombres? Pero hasta ahora sólo he tenido amigos entre demonios, espíritus malignos e incomprensibles: fantasmas, es decir, entre literatos. Ese será el destino de Barnabooth, casarse, dedicarse a hacer feliz a una mujer y superar el afán de ajustarse cuentas a que dedica cruciales años de su juventud, como se refleja a la perfección en la descripción de su particular sciomaquia, es decir, la lucha contra el fantasma de sí mismo por él creado, una extraña mezcla de aristócrata exquisito que añora el contacto estrecho con el pueblo: “Me he hecho más difícil. Hoy solo puede satisfacerme una cosa, ver claramente todo lo que hay en mí como lo que hay fuera de mí (…) Me propongo por tanto y ante todo ser sapiente de mí mismo; solo quiero aplicarme en esto(…) me examinaré y criticaré a mí mismo mil veces más severamente de lo que la gente lo hace”. Y en el momento en que comencé a hacer efectiva tal resolución, me di cuenta de que el amor propio, que me la inspiraba, era el gran obstáculo para mi proyecto. ¡Él era el enemigo sobre cuya cabeza yo debía poner los carbones ardientes! Luché heroicamente; fui despiadado; y todavía hoy, sin descanso, llevo sobre esta llaga en carne viva el hierro al rojo de mi desprecio-de-mí-mismo y la piedra infernal de mi introspección flexible. Duelo a muerte entre él y yo, en la casa cerrada de mi alma en donde nadie puede entrar a separar a los combatientes. (…) El asco hacia mí mismo es, no obstante, sincero, y soy consciente de que está justificado. Cuando me analizo en profundidad, me siento realmente vil y estúpido, y vulgar, y villano hasta la médula, y sobre todo el calificativo que me había puesto a mí mismo, como el medio verso de Corneille, mi antiguo lema: “Un hombre sin honor”. Quien advierta más retórica que vida bien puede suspender la lectura en este momento, y ni siquiera acercarse al libro, porque en la vida de Larbaud/Barnabooth sucede lo contrario: su vida más plena es su retórica quintaesenciada, un paradigma de la vida literaria que vive su pasión con extremos de drama y tormentos de tragedia. Todo ello, además, teniendo el desconcierto sobre el propio yo en el centro del argumento: El peligro, entre nosotros, los hombres, radica en que, cuando creemos analizar nuestro carácter, en realidad estamos creando las piezas de un personaje de novela, en quien ni siquiera ponemos nuestras verdaderas inclinaciones. El nombre que le damos es el pronombre singular de primera persona, y creemos en su existencia más firmemente que en la propia. Por esta razón las pretendidas novelas de Richardson son en realidad confesiones solapadas, mientras que las Confesiones de Rousseau son una novela disfrazada. Las mujeres, en mi opinión, no se engañan así. Por ello, no es de extrañar que no falte en el Diario incluso una crítica del propio texto, cuya relectura se refleja en la escritura, en un ejercicio de distanciamiento que nos permite valorar la radical sinceridad de las luchas interiores que sufre el personaje: Releí mi diario de Italia en el albergue de Finja, un día de lluvia en que el lago sin brillo sufría y se agitaba entre sus riberas bañadas de niebla. Lectura penosa, durante la cual me sonrojé a menudo. Cuántas frases que -¡ya!- no escribiría hoy… ¡Exageraciones, ingenuidades, pequeños embustes inútiles, pequeñas picardías hilvanadas con hilo blanco! Intenté no engañarme más; ver mi vida directamente y no a través de mis lecturas; dejar una parte inexplicada antes que admitir una explicación extraída de mis recuerdos literarios. (…) Empezaba a repugnarme mi Diario; lo veía muy claro, lo criticaba. Sentimientos postizos, últimos rostros de la edad ingrata, todas esas cosas fueron anotadas para medir el camino recorrido. Había dejado de ser el joven que escribió esas páginas; me había despojado de la frase: “Cuanto más triste más sabio”.
         El peligro de la vida literaturizada, común a los creadores de heterónimos, se reitera en estas obras completas de Barnabootrh, si bien no todo se centra en el drama acezante, íntimo, de un personaje joven que ha de tomar una decisión para escapar de la rutina del lujo, de los viajes, de los hoteles, de la inacción, de la distancia, en definitiva, que advierte entre él y lo que se podría considerar “la verdadera vida”. El marco del lujo cosmopolita en que se inscribe la aventura de Barnabooth nos permite asistir a un mundo de relaciones gracias al cual el personaje, en una permanente disposición dialéctica, se abre a otras reflexiones de seres de su clase social con quienes, por la especial afinidad que le une a ellos, y por el hecho de que son mayores que él, puede ampliar el campo de sus inquietudes, de sus desasosiegos y de sus respuestas. El Diario, que quiere reflejar con cierta fidelidad esa vida de ocio, lujo y preocupación intelectual de los personajes, está lleno de sutiles detalles que reflejan la conciencia crítica de Barnabooth y, sobre todo, de espléndidas descripciones, tanto de ciudades como de personas, edificios y paisajes, hechos con el gusto exquisito de quien explota a fondo la sutil percepción de sus sentidos. Nada le pasa desapercibido a quien por ninguna responsabilidad, más allá de la “búsqueda de lo absoluto”, está atado, ni siquiera detalles que nos revelan esa especial condición del decadente ilustrado y hedonista: Creo que no hay muchas más cosas agradables a la vista que una preciosa mujer en ropa interior comiendo con apetito un buen trozo de carne poco hecha. Pero al intelector de este Diario es posible que le interesen, sobre todo, algunos juicios literarios que Barnabooth incluye en su Diario, porque la comidilla de lo que se lee y de lo que se opina sobre ello es algo así como el equivalente de los chismorreos vulgares. Más allá de algún juicio sumarísimo, como el que manifiesta sobre George Eliot: Yo leía por aquel entonces esa plomiza invención pedante llamada Romola cuya acción transcurre precisamente en Florencia. Se refiere Barnabooth a una recreación novelada de la vida de Girolamo Savonarola, escrito por una autora a quien la modernidad, sin embargo, ha reivindicado. Más allá de juicios así, como la confesada lectura de la famosa obra de Poe, El cuervo: En la tienda de Laterza leo El cuervo traducido al dialecto greco-salentino bajo el título de O Kraulo, lo que llama verdaderamente la atención es la conciencia del retroceso del prestigio de la francofonía que ya en los tiempos de Larbaud éste tiene la clarividencia de percibir:  -Fíjate, Archie, en los libros franceses: un nuevo Anatole France, Sobre la blanca piedra; y ahí al lado, veinte artefactos con estos títulos: Almas de busconas, Lujurias paganas, ¡Liguemos!... Mira qué cosas leen los daneses (cada vez menos -¿te has dado cuenta de que la parte francesa va disminuyendo en los escaparates de las librerías internacionales?). Mira lo que lee Europa como literatura francesa mientras Laforgue y Rimbaud pagan para que les impriman sus obras, que van directamente del editor a los libreros de viejo… A pesar de esa visión casi apocalíptica, Barnabooth es muy consciente, al margen de en qué parase la necesidad individual de tomar una decisión que encauzase su vida, de la importancia esencial del arte en su vida: Desde hacía mucho tiempo supe ver claro que el arte es la única forma soportable de la vida; el mayor gozo y el que con más lentitud se consume. Este es el impulso que le lleva a escribir, a dejar por escrito una crónica apasionante de esa lucha entre el ser que se siente superior a los demás, en razón de sus sensibilidad, de su formación y de sus gustos, y el que se sabe condenado al aislamiento y la depravación moral si se aleja definitivamente del sentir de sus congéneres. Bien está saberse diferente de los demás por razón de inclinaciones literarias que poco tienen que ver con el común de los mortales, como cuando revela su convicción adolescente: Estoy oyendo lo que justamente me diría el viejo Fidèle, si conociera mi nueva manera de vivir:
-        ¡Usted dice que es poeta y desdeña la luz del día hecha por Dios!
-        No, al contrario, amo tanto la luz del día que me paso toda la noche esperándola.
Y es cierto, noto siempre aquel sentimiento que experimentaba en mi infancia: el sentimiento de ser superior a todos los que habían pasado la noche durmiendo.
         En el proceso, así pues, que se inicia con sus viajes por Europa, asistimos a una evolución espiritual que lo lleva, a Barnabooth, de una exaltación aristocrática en busca de lo absoluto a una renuncia que le permita incluirse en el tiempo que comparte con el resto de la especie: Abdico de mi interesante personalidad (…) Nunca más haré el mínimo esfuerzo. (…) Renuncio a escalar el Himalaya que sentía en mi interior. No quiero ni volver a sentirlo. (…) Creo que seré de esa mayoría, una de los que viven al margen de sí mismos y dando la espalda resueltamente al África negra de su alma. Y no le cuesta nada reconocer el desamparo en que vivió instalado durante buena parte de ese proceso: ¡Qué pobre hombre era yo! (…) Sordo a las ideas de los libros e indiferente a la experiencia de los viejos. (…) Era mi verdadero yo un pequeño rayo de luz perdido que busca por la tierra la senda que le una con la gran claridad universal.

         Los intelectores que ahora se adentren en esta Obra completa de A.O. Barnabooth tendrán la oportunidad de revivir con delectación, sorpresa e incluso inquietud la aventura intelectual de un joven de principio de siglo, muy poco antes de que las dos guerras mundiales acabaran con la Europa que acabaría asumiendo, desde la perspectiva literaria, una condición mítica. Gran Hotel Budapest, reciente ganadora de los Oscar, recoge buena parte del hechizo de aquella sociedad europea viva aún en buen número de libros como el presente.

*La neige
Un ano màs und iam eccoti mit uns again
Pauvre et petit on the graves dos nossos amados édredon
E pure piously tapàudolos in their sleep
Dal pallio glorios das virgens uns infants.
With the mind’s eye ti sequo sobre l’europa estasa,
On the vas Northern pianure dormida, nitida nix,
Oder on lone Karpathian slopes donde, zapada,
Nigorum brazilor albo disposa velo bist du.
Doch in loco nullo more te colunt els meus pensaments
Quam in Esquilino Monte, ove della nostra Roma Corona de platàs ores,
Dum alta iaces on the fields so duss kein Wege seve,
Yel alma, d’ici détachée, su camin finds no cêo.



**El don de sí mismo
Me ofrezco a cada quien como una recompensa;
Os la entrego antes incluso de que la hayáis merecido.
Hay algo en mí,
En el fondo de mí, en el centro de mí,
Algo infinitamente árido
Como la cima de las montañas más altas;
Algo comparable al punto muerto de la retina,
Y sin eco,
Que sin embargo ve y oye;
Un ser con vida propia que, no obstante,
Vive la mía, y escucha, impasible,
Los parloteos de mi conciencia.
Un ser hecho de nada, si es que eso es posible,
Insensible a mis sufrimientos físicos,
Que no llora cuando lloro,
Que no ríe cuando río,
Que no se ruboriza de mis vergüenzas,
Que no gime cuando mi corazón se hiere;
Que se queda inmóvil y no da consejos,
Pero que eternamente dice:
“Aquí estoy, indiferente a todo”.
Tan vacío como el vacío mismo,
Y tan grande a la vez que el Bien y el Mal juntos
No pueden llenarlo.
El odio en él se muere de asfixia,
Y el mayor amor no lo penetra.
Tomad cuanto soy: el sentido de estos poemas,
No la letra, sino lo que aparece a mi pesar a su través;
Tomadlo, tomadlo, mas no tendréis nada.
Y adonde quiera que yo vaya, por todo el universo,
Me encontraré siempre,
Fuera de mí como en mí,
El incolmable Vacío,
La inconquistable Nada.



6 comentarios:

  1. Lo leeré con más calma en cuanto tenga un rato. No conocía al personaje, ya ve usted cómo está el nivel. Y me llevó más de 10 minutos entender lo de posfacista (la recreación magnificente que ha hecho el traductor y posfacista Adolfo García Ortega para la editorial Igitur); hay palabras con las que hay que tener cuidado, no vayan a poner a D. Adolfo en alguna lista negra.

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    1. Pensé añadir "que nadie culebree indebidamente, por favor...", pero siempre confío en la sagacidad de los intelectores.... Yo lo conocía pero nunca lo había leído, hasta ahora. No existen los niveles, en el vicio impune, sino las biografías, todas ellas interesantes...

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  2. No me cabe duda alguna de que el narcisismo es la madre y el padre de toda poesía que se precie. Me lo confirma El don de sí mismo y el resto de fragmentos que entresacas. Y no hay mayor narcisista que el que se fustiga a sí mismo sobre la plebeyez de sus versos. El tono de Archibald Orson Barnabooth está a la altura de lo que él suponía de su alma, que era su alma. Sin narcisismo no hay arte. Los artistas viven enamorados de sí mismos. Y lo entiendo porque se sienten tan frágiles que su universo es inmenso y quebradizo a la vez, tan alejado del sentido del buen burgués o del pagado de sí mismo, ignaro y torpe, que se cree muy gracioso pero se sabe insignificante.

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  3. Ahí le has dado, Joselu: la fragilidad. Esa es la madre de todas las batallas del artista. Intentar hurtarse a ella se convierte a veces, paradójicamente, en un estropicio. El artista, el poeta, se sobrevive a sí mismo, y no siempre bien, de ahí esos poemas en que se advierte el sentido de la tragedia. Incluso los poemas vitalistas tienen algo de estropicio en cuanto negación del yo del que emergen, a veces, como compensación.

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  4. Ahí tenemos al gran Vargas Vila; nadie como él habló de sí mismo; gracias a él y a su narcisismo ilustrado, el egotismo alcanza la categoría de género literario. www.aforismosdevargasvila.blogspot.com

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    1. Muchas gracias por presentarme a este escritor, sobre el que me informaré enseguida y del que, si son accesibles, leeré alguna obra, a ver si acabo sintiendo yo el inequívoco entusiasmo que en Vd. despierta. Le quedo agradecido.

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