sábado, 29 de noviembre de 2014

La modernidad del opúsculo: Wilde y Harry G. Frankfurt




Oscar Wilde, La decadencia de la mentira, y Harry G. Frankfurt, On Bullshit:  El opúsculo como provocación.




Dos opúsculos muy distintos he reunido en esta entrada en que pretendo revisitar de forma muy superficial el género cuya brevedad constituyente lo convierte en fundado candidato, en estos tiempos de la deseada tiranía de los 140 caracteres, a disfrutar de la predilección del público lector, cada vez más hecho al laconismo ambiente y al desistimiento de la extensión como fuente de placer y poza, ¡ay!,  sospechosa de prolijidad, redundancia y pecado de grafomanía. Es obvio que a los esforzados viatores que recorren estas entradas al laberinto de la impostura, en la oscura pedanía del dilentantismo que es mi Diario, no les asusta la extensión y son capaces, por ello, de apreciar en lo que vale la concisión de los opúsculos, sobre cuya condición de diminutivo (opus, opusculum; “obra”, “obrilla”) no ha de especularse para concluir un juicio desestimatorio que pecaría de precipitado; por más que, paradójicamente, mucho tiene de precipitado, en términos químicos, esta destilación del ingenio que suele manifestarse en el opúsculo.
He escogido dos de diferente naturaleza: literario, uno; filosófico el otro, si bien ambos tienen como objeto de sus reflexiones, diatribas, desplantes y provocaciones la mentira, todo un clásico con no pocas manifestaciones detrás, desde el refranero hasta la aforística pasando por la ética, la lógica, la novela, el ensayo, y, fuera de la escritura, en la política y la vida conyugal, por poner variados ejemplos de ocurrencia. Es llamativo, porque la etimología tiene siempre esa vertiente espectacular, que la palabra mentira tenga que ver con la raíz indoeuropea men–, en cuyo grado cero, mn–, aparece en griego  para la diosa Mnemosine, diosa de la memoria, y, modificada por un procedimiento lingüístico que no viene al caso, para sus hijas, las Musas. Que se haya de tener feliz memoria para ser un eficaz mentiroso es, y no podía ser de otro modo, uno de los grandes tópicos recurrentes en este tema.
No es mi intención elaborar ninguna teoría sobre la mentira, sino hacerme eco de dos autores, tan distantes, que hablan sobre ella. Se trata de un género, además, que nunca ha pasado de moda, porque ha constituido, hasta tiempos recientes, y aun en estos,  una vía de agitación de las conciencias muy poderosa. Todos están al corriente de la ventura editorial que ha tenido el opúsculo de Stéphan Hessel, ¡Indignaos!, de cuyos ecos desvaídos incluso quiere vivir un nuevo partido político;  recuerdan el muy famoso de Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre; el del preclaro defensor del crecimiento cero Paul Lafargue: Derecho a la pereza o la irreverente humorada de Jonathan Swift, Una modesta proposición.
Oscar Wilde deja claro desde el título que aborrece el realismo factual que amenaza con desterrar la belleza del mundo y con ella la mentira con que el artista la crea. Une indisolublemente una realidad social, el feroz capitalismo naif del siglo XIX y principios del XX, con la pasión por la realidad en crudo y los hechos como los agentes de la verdad, suprema deidad que sustituye a la belleza. Su opúsculo está lleno de sutiles ataques en los que es maestro consumado: Pensar es la cosa más insana del mundo, y hay gente que se muere de eso como de cualquier otra enfermedad. Afortunadamente, en Inglaterra al menos el pensamiento no es contagioso. La espléndida constitución de este pueblo se debe enteramente a la estupidez nacional. La defensa que hace Wilde de la imaginación contra la copia del natural está llena de indignación contra la sordidez de la recreación de lo real y de fe en una concepción estética del arte que sirve precisamente para combatir la fealdad intrínseca del mundo, de lo real, y ello no quiere decir que no le satisfagan autores como Balzac, a quien considera, frente a Zola, como un auténtico y poderoso creador de mundos que inventa, no que, como Zola, copia, o dicho por Wilde, siempre tan epigramático: La diferencia entre un libro como La taberna del señor Zola y las Ilusiones perdidas de Balzac es la diferencia entre el realismo sin imaginación y la realidad imaginativa. Resulta difícil hurtarse a la comunión con el entusiasmo desrealizador de Wilde, porque advertimos lo sobrado que está de razón, y más en estos tiempos en que literatura y periodismo han cruzado, para mal de ambos, sus caminos. Su principio básico, la vida imita al arte, lo refuerza con la convicción de que las cosas son porque las vemos, y lo que veamos, y cómo lo veamos, depende de las Artes que nos hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. Nada se ve mientras no se ve su belleza. Entonces, y sólo entonces, adquiere existencia. Es evidente que para un decadentista como Wilde, la belleza es incompatible con la utilidad: Las únicas cosas bellas, como alguien dijo, son las cosas que no nos conciernen. Mientras algo nos sea útil o necesario, o nos afecte de cualquier modo, doloroso o placentero, o apele con fuerza a nuestra compasión, o sea parte vital del ambiente en que vivimos, estará fuera de la esfera propia del arte. A lo largo de su opúsculo, Wilde no pierde la ocasión de despachar algunos juicios críticos dignos de su afilada pluma y llenos de una admirable tinta venenosa, como el dedicado a George Meredith, que valdría para tantos de nuestros contemporáneos: Su estilo es el caos iluminado por fulgores de relámpago. Como escritor lo ha dominado todo menos el lenguaje; como novelista sabe hacerlo todo menos contar una historia; como artista lo único que le falta es saber expresarse. Perdido en su mundo de absenta y belleza, Wilde sabía, como muchos intelectores seguimos sabiéndolo, que las únicas personas de verdad son las que nunca existieron, y si un novelista tiene la vileza de tomar la vida de sus personajes, al menos debería aparentar que son creaciones y no hacer alarde de que son copias. Solo desde ese conocimiento puede comprenderse una confidencia como la de que una de las mayores tragedias de mi vida es la muerte de Lucien de Rubempré. Es un dolor del que jamás he podido liberarme. Porque pocos serán a los que no se les ha quebrado la voz y desbordado el lagrimal ante el dolor de Sancho: -¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
On bullshit se nos presenta como un tratado sobre la charlatanería como epidemia que nos asuela y frente a la que es difícil no ya plantar cara, sino esquivarla, porque la charlatanería es hoy santo y seña del comercio social, de la vida mediática y, ¡ay!, del fundamento político de nuestro atribulado país y, si hacemos caso al autor, del mundo entero. No son la consecuencia directa de la irrupción del tertulianismo, pero éste ha contribuido poderosamente a su establecimiento y reconocimiento sociales. El autor, filósofo reconocido, se aplica a elaborar distinciones para precisar el campo de aplicación el concepto, de ahí que reconozca la charlatanería como algo radicalmente alejado de “lo real” y en nada interesada en el valor de “verdad” de cuanto se dice.  No se trata sin embargo de que las afirmaciones de los charlatanes sean falsas, cuanto de que sean fraudulentas. Como dice Frankfurt: El charlatán crea falsificaciones. Pero no significa que las haga necesariamente mal. El mentiroso, el embustero, sí que tiene en cuenta lo real y lo verdadero, si es que quiere conseguir una mentira eficaz; no así el charlatán, que se mueve más en el arte del pavoneo enunciativo, indiferente a esos criterios de verdad e incluso verosimilitud, de ahí que a Frankfurt le parezca más peligroso el charlatán que el mentiroso. Lo peligroso, con todo, porque el tipo del charlatán tiene un ascendente nefasto en la sociedad estriba en el reforzamiento  de las formas modernas de escepticismo que reiteran su cantinela de la imposibilidad de saber “exactamente” cómo son las cosas. Al decir de Frankfurt: Esas doctrinas “antirrealistas” socavan la confianza en el valor de los esfuerzos desinteresados por determinar qué es verdad y qué es falso, e incluso en la inteligibilidad de la noción de indagación objetiva. Lo que le lleva al autor a la conclusión inevitable: el solipsismo del charlatán que solo ofrece lo que pomposamente denomina “su” verdad, derivada del único conocimiento al que tiene acceso: el de sí mismo. Aunque Frankfurt es taxativo al respecto: Como seres conscientes, existimos sólo en respuesta a otras cosas y no podemos conocernos en absoluto a nosotros mismos sin conocer aquéllas. Más aún, no hay nada en la teoría, y ciertamente nada en la experiencia, que sustente el extraordinario juicio de que lo más fácil de conocer es la verdad acerca de uno mismo. Los hechos que nos conciernen no son especialmente sólidos y resistentes a la disolución escéptica. Nuestras naturalezas son, en realidad, huidizas e insustanciales (notablemente menos estables y menos inherentes que la naturaleza de otras cosas). Y siendo ése el caso, la sinceridad misma es charlatanería.
Nadie ignora el nutrido repertorio de expresiones coloquiales que nos permiten identificar inequívocamente la charlatanería, ante la que solo cabe, una vez detectada,  una huida inmediata, y si es política, un vacío absoluto. He aquí una bonita muestra de esos modos oratorios que retratan a quienes los usan como un programa electoral retrata, a su modo mentiroso, a quienes harán justo lo contrario, en cuanto arañan el poder: ¿Pero no te lo estoy diciendo?
Esto va a misa. ¿Pero te he mentido yo alguna vez? Lo sé de buena tinta. Pero si todo el mundo lo sabe. Eso es una verdad como un templo. ¿Me tomas por mentiroso? Que me quede en el sitio, si lo que digo no es cierto. ¡Por estas!, escucha lo que te digo. Cuando el río suena… Oye, yo te digo “mi” verdad… ¡Qué mentira ni qué niño muerto! Eso cae por su propio peso.  ¡Si lo sabré yo! Eso es de juzgado de guardia. A mí me lo vienes a decir. Se coge antes a un mentiroso… Lo que es es y no le des más vueltas… De lo que te hablo son hechos, hechos contrastados… Ya lo dicen las estadísticas… Es un sentir popular…No hay más ciego que quien no quiere ver. Se han creído que somos todos tontos… A mí no me dan gato por liebre. Como para no estar al cabo de la calle… Pues a mí me han dicho que… Aquí no hay más cera que la que arde.
Advertidos quedan los intelectores que hasta aquí hayan llegado. A ellos y a quienes ellos tengan a bien comunicárselo, les anuncio la próxima publicación, en edición digital, de mi Opúsculo/libelo La España vulgar. En su momento oportuno comunicaré la editorial y el precio. 


6 comentarios:

  1. He llegado al final de tu escrito y como ves también a tu casa - gracias a la amabilidad de FRANCISCO, ya sabes nuestro entomólogo de palabras:-) sinceramente aun cuando la genialidad de O. Wilde es indiscutible tampoco su cinismo, de paso que reduce la belleza a la altura de lo absurdo se permite el lujo de suponerse muy por encima de los pobres idiotas para los que escribe, en eso es verdad que se asemeja mucho a nuestros periodistas solo que Wilde podía permitirse ese lujo porque era verdad la mayoría de los que nos desinforman andan más o menos a la altura de las editoriales que les contratan... no sé, nunca podría decir qué es el arte o que es bello, únicamente disfruto todo lo que puedo cuando me lo encuentro ... a mi me sirve de muchísimo cuando tengo esa suerte... no es fácil.

    Un placer encontrarte y leerte ...siempre me has parecido un tipo muy curioso, erudito donde los haya, muy amable y nada pedante lo cual es delicioso, en fin, muchas gracias por este ratito, me quedas muy alto, pero a veces me gusta hacer gimnasia y ponerme de puntillas :-)


    Un abrazo grande JUAN

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    1. Si tomas medida del ojo y haces la proyección correspondiente, te sale un ser muy bajito, casi un tapón. O sea, que si te pones de puntillas, pasas por mi lado y ni me ves, aquí al fondo. Te agradezco el retrato, aunque qué más quisiera yo que ser erudito, se necesita para ello la paciencia que no tengo; amable sí, ves, es un defecto de nacimiento; y pedante..., ¡hasta para decir basta! No diré nacido en una pedanía murciana, pero casi.Lo que soy, que se te ha pasado, es muy curioso. Y agradecido... Gracias por tu presencia.

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  2. La charlatanería. Buen tema. Que nos lleva ¿adónde? ¿A Podemos, tal vez?

    Tengo la impresión de que estamos perdidos todos. Si yo tengo que ver la historia por el momento que estoy viviendo he de decir que es algo fascinante. Nadie tiene ni la más remota idea de qué va a pasar a continuación si no son lo seis siguientes meses y esto es afinar demasiado porque a veces no se tiene ni idea de qué va a pasar en la semana que entra. Ni al día siguiente. ¿Qué es la charlatanería? Solo Merkel no es charlatana. Trabajo, esfuerzo, accesis, adelgazamiento, rebaja de salarios, ajustamiento del mercado laboral y social, disminución de servicios sociales, falta de viabilidad de lo público y su necesaria privatización. Esta es la realidad y fuera de ello todo es charlatanería. La del PSOE que simula que es algo diferente pero es lo mismo, la de UPyD que no sé qué es, la de IU y su desconcierto constitutivo que sabe que nunca va a gobernar... Y ahí aparece Podemos con su charlatanería insustancial pero magnética en una época de tuits. Me pregunto si Oscar Wilde hubiera apoyado a Podemos. Juan Goytisolo de quien me dijo en su despacho Víctor García de la Concha que era un revistero, bien para escribir en Triunfo pero que no era un creador, de momento los ha apoyado. Los charlatanes hicieron la revolución francesa, pero luego vino el imperio la contrarrevolución. No sé si el artista desencajado tiene claves claras del momento que vivimos. Tengo la impresión de que está tan desconcertado en medio de las palabras como yo, pero tiene el edificio del lenguaje y la erudición para construir argumentos y juicios. Pero ¿sirven para individuos que no tienen ni por asomo la complejidad que él atribuye a la realidad y a la conciencia? No sé a veces tengo la impresión de que el artista desencajado quiere entrar en la tomatina de Albuñol, en medio de ese caos dionisiaco y profundamente estúpido, con la sutileza extrema del esteta y el pensador que es... Y yo me pregunto si el artista desencajado piensa que puede ser eficaz en su oratoria en medio de la lluvia de tomates en que estamos. No sé qué hubiera pensado Oscar Wilde de este tiempo. Es tiempo de charlatanería en todo caso. Pienso en que todos son charlatanes salvo Merkel, pero nos está costando sangre, sudor y lágrimas digerirlo. A mí no, ni al artista que viven a cubierto de la intemperie. Es un tiempo convulso y contradictorio, supongo que como todos para los que les toca vivirlo. Podemos vivirlo en la torre o en la urbe, en la seguridad de la dialéctica y del estilo o en la bazofia de las calles mezclándonos con la hez de la sociedad. ¿Qué hubiera hecho Lope de Vega? ¿Qué hizo Gracián? No me cabe duda de quien elige el desencajado. El arte para aplacar a las masas o la esfera inconsútil de la belleza de la dictio. En ese desgarro vivimos. En esa charlatanería que resuena por todos lados nos movemos sin encontrar asidero sólido. El artista navega entre los clásicos imperecederos y Podemos navega en medio de tuits ambivalentes y reduccionistas que atraen a las masas hartas de la otra charlatanería, la establecida. La historia surge entre dolores de parto, y el pensamiento es fértil cuando se nutre de la historia y del dolor, de la vulgaridad y de la falta de fe de las gentes que recogen las vituallas dejadas en el suelo por los detentadores del poder. Allí habremos de estar. Como espectadores escépticos, alejados de la suciedad. O como navegantes manchados de mierda hasta los tuétanos. He ahí el debate de nuestro tiempo.

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    1. Claro, lo que se dice claro, mi menda solo tiene que cuanto menos le toque el chapapote de la vulgaridad, mejor. Me encanta contemplar su salvaje espectáculo, y aun reproducirlo, como desengañado barroco que soy, pero a cierta distancia. Aún recuerdo la ira encendida y el asco que me producía, al acabar el telediario, oír a la Toñi Moreno iniciar un programa de carnaza sentimentalaoide... ¡Se me llevaban todos los demonios! Con nuestra realidad, y más con la catalana, me pasa algo semejante. Aun así, he de reconocerme pecador y, no en la tomatina -mi alergia me lo impediría-, pero sí en la red de los gorjeos, contribuyo, a la escala discreta de mi insignificancia, en la algarabía nacional. Lo inicié como ejercició expresivo, yo que tan dado soy a la extensión, y ya comienzo a estar un poco cansado, sobre todo porque, como tú dices, la charlatanería, la broma zafia, e incluso las cuentas fake, convierten ese mundo breve en un mondo cane: demasiado ladrido y pocas nueces.Mis reflexiones, Joselu, que no tienen radio de acción, porque yo mismo decidí construir un Diario a espaldas del mundo, como ventana abierta, pero sin dar voces para llamar la atención, son, como en todo buen diario, una autointerpelación exhibida, pero en modo alguno se sigue de ella un programa de acción. A mi manera, sobre todo a la de mi heterónimo Juan Pérez, ¡tan afín a mí!, ya me mezclo con la vida corriente lo suficiente, aunque siempre desde lo único que sabemos ambos hacer: escribir. ¿Soy parte de la charlatanería? Como en esta entrada se describe espero que no. Lo mío, lo nuestro, acaso sea la grafomanía, que no siempre ha de ser tan banal como la charlatanería. Tengo un aforismo que expresa, creo, mi posición al respecto: "Hablar por hablar no multiplica, resta." Y tú sabes perfectamente que cada vez que escribes alguna entrada de tu blog sumas mucho, y nos ayudas a que nuestras propias sumas cuadren. Mi aspiración, sin embargo, es dividir... Yo no he venido sino a traer la espada... Vivo para la polémica, aunque, como un malhadado destino, me temo que no me queda sino polemizar conmigo, al modo unamuniano, a fuerza de soledad. Estoy hecho a ello."Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos." Si alguien escucha la visión de estas entradas, me doy por contento. Vivo, y tú lo sabes, deshabitado de certezas, pero, hasta cierto punto, eso te acorteza como a la encina, y te calienta y te protege, aunque te deje relativamente insatisfecho, pero te evita la vulgaridad. Jamás he sido exquisito, pero en mi diletantismo radical asoma un dandismo gañán que me complace...

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    2. Eso del "dandismo gañán" me ha gustado, pero ¿no es un clamoroso oxímoron? Entiendo que te hayas recluido para hablar con los muertos. ¿Quieres decir que es imposible hablar con los vivos sin mancharse de vulgaridad? En ese oxímoron constitutivo del dandy gañán ¿qué prima? ¿El dandy? ¿El gañán? En tu posición estética hay mucho -muchísimo- de orgullo herido y de esa herida surge esa altivez gañana que dialoga con los muertos antes que con los vivos, sobre todo porque los muertos no se pueden defender, ah, amigo. Es como si vivieras en un tiempo degradado, vulgar, y anhelaras otra época dorada en que los hombres eran hombres y no remedos de gorjeos y tomatinas. ¿Qué tiempo sería ese? ¿El Renacimiento para hablar con Pico de la Mirandola o Erasmo de Rotterdam y Miguel Servet? ¿En esa inadecuación del autor de esa genial parábola que es "La derrota del persa" qué hay? ¿Una incapacidad de comprender el mundo en que vive más allá de las apariencias? ¿Una diagnosis clara de que vivimos en una edad de bronce como creía Don Quijote añorando una edad que fue dorada? El caso es que nadie vendrá a buscar al persa a su casa, retirado en la paz que disfruta con los muertos. ¿Qué diálogo es este? A un lado la calavera de Gracián y al otro el artista desencajado que se obstina en considerarse émulo del de Huesca.

      Y aquí, el polinchinela que anheló ser periodista y que no sabe nada, que no aspira a nada (cuando se reitera mucho una idea es solo una figura retórica que expresa exactamente lo contrario de lo que enuncia) salvo ya a hacer algo que lo libere de la insignificancia y que estaría dispuesto a venderse por un ramito de violetas. Un diálogo en la distancia, imposible. Inexacto. Inverosímil.

      El diálogo entre Álvaro de la Iglesia (el único que me ha hecho reír a mandíbula batiente en mi adolescencia) y al otro lado un artista desencajado que rehúsa ya dar batalla a sus contemporáneos y solo haya eco entre los muertos.

      Dandy gañán quo vadis?

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    3. Chi lo sa? Pero niego la mayor, que no dialogue con los vivos... ¿Qué hacemos tú y yo, si no? Pero en las horas solitarias, ¿qué mejor diálogo que con quienes siempre tienen algo interesante que decir...? Pero yo, Joselu, no los ataco. ¿Cómo podría ni siquiera atreverme? No han de defenderse de mí. Antes, al revés, soy yo quien a veces busco el refugio de la soledad para huir de sus dardos envenenados, esos que me reducen a la insignificancia, porque aciertan con su paradójico curare en el corazón de mis quimeras.
      Me alegro de que te guste esta identificación que he hecho mía desde hace siglos: dandy gañán, el que lee a Heráclito el oscuro y cocina con Radio Olé...

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