domingo, 12 de octubre de 2014

Les històries naturals de Joan Perucho

                        


Una propuesta translingüística: leer a Perucho en catalán.

A Miguel Martí, de Hellín, que estudió en Madrid, con  entusiasmo, el catalán y la literatura catalana.


Me gustaría hacerle una sugerencia a los intelectores de este Diario: que leyeran Les històries naturals*, de Joan Perucho en la lengua original en que la novela fue escrita, el catalán. Quien más quien menos nos hemos atrevido a cosas semejantes. Ya sea leer en inglés, en italiano, en francés, o  en portugués, bien porque necesidad obligaba, bien por el capricho del amor a la "versión original", y hasta sé de un conocido que leyó en alemán, sin saber ni papa, por el amor a la investigación, guiándose por las raíces anglosajonas y las grecolatinas, un hermoso volumen de 250 pàginas, sin desfallecer...
Entiéndase que nada tengo contra la traducción, sin la que tan menguados tantos seríamos, pero la "oferta del día" es ésta: atreverse a leer a Perucho en su lengua original. No solo porque se trata de una lengua españolísima, sino porque, habiendo tan escasa distancia lingüística entre ambos idiomas, no vendrán por ella otras distancias artificiales que se quieren trazar entre españoles, catalanoparlantes y castellanoparlantes, y que solo existen en las mentes delirantes de quienes se sienten privilegio de la naturaleza, pueblo escogido y delirante cogollito del mundo.
         Perucho, por edad, formación e inclinación creativa pertenece a una generación de narradores que acaso no tengan el cartel mediático que otras, pero no adolecen, a mi limitado juicio, de la mediocridad de éstas. Hablo de narradores como Alvaro Cunqueiro, como Néstor Luján, como Torrente Ballester, como Miguel Delibes  y otros, a los que incluso podrían añadírseles algunos narradores algo más jóvenes, como Juan García Hortelano, que invitan al lector a degustar el placer del arte de narrar sin los aspavientos ni las sobreactuaciones con que las jóvenes generaciones nos quieren descubrir la piedra filosofal de dicho arte. Pertenecen todos ellos a la vieja escuela que cuida la historia en las dos vertientes, el argumento y el estilo: interesa lo que cuentan y sobre todo interesa cómo nos lo cuentan. Nadie va a descubrir a estas alturas el poderío imaginativo y estilístico de la, a mi parecer, mejor obra narrativa española del XX La saga/Fuga de JB, de Torrente –sí, sí, por encima de Señas de identidad y de Tiempo de silencio, aunque suene a heterodoxia–, ni tampoco las novelas históricas de Luján, como Decidnos, ¿quién mató al conde?, Las Crónicas del sochantre, de Cunqueiro, Los santos inocentes, ese desafío estilístico colosal, o la Gramática parda, de Hortelano.
         Les històries naturals de Perucho sorprenderán al lector por la distancia irónica y bienhumorada del narrador, la ternura con que contempla la aventura de unos “creyentes ilustrados” contra los poderes diabólicos, con todas las contradicciones que ello implica, la descripción de una sociedad, la Barcelona de la primera mitad del XIX, llena de una agitación política, sindical  y cultural de envergadura, y, sobre todo, la mezcla de la aventura ilustrada con la guerra carlista y la presencia, como personaje clave, de Ramón Cabrera, conocido como el Tigre del maestrazgo, y famoso por su crueldad, todo ello en unos paisajes, los de las comarcas de Tarragona, Castellón y Gerona bien conocidos por sus lectores catalanes, pero no menos por intelectores apasionados del arte refinado allá donde se halle, como en Les històries naturals, en este caso, descritos desde la doble vertiente de los naturalistas y los paisajistas ¿Quién no ha oído hablar de Miravet, su famoso castillo templario y su paso de barca, donde transcurrió parte de la famosa batalla del Ebro en la Guerra Civil;  de Morella, la bien cercada, tierra perfumada de trufas, de Gandesa y de tantas geografías entre literarias e históricas? La sorprendente habilidad de Perucho es la de recrear una novela del XIX a medio camino entre el cuadro de costumbres, la novela realista y la novela fantástica, en la línea genealógica de obras como El manuscrito hallado en Zaragoza o El barón rampante, por citar ejemplos muy diversos. El catalán refinado de Perucho, que no rechaza, sin embargo, los recursos del nivel coloquial en los abundantes diálogos de la obra, nos permite intuir algo de ese espíritu ceremonial propio de la idiosincrasia catalana marcada por el seny, porque, como todo el mundo sabe, también hay otra señal de identidad, no menos potente, que es la marcada por la rauxa, y de ambas se habla con notable claridad y perspicacia en un libro que no ha tenido el éxito que merecía y que a mí me parece algo así como un puente que ayudaría a centrar el debate abierto entre las enfrentadas visiones que tenemos de Cataluña. Me refiero al libro de Ángel Carmona, Las dos Cataluñas/Les dues Catalunyes, un estudio riguroso y clarificador de esa idiosincrasia bifronte tan propia de los habitantes del principado. Con todo, quien se interne con la pasión filológica que es necesaria para leer en otra lengua con la que el castellano comparte el 80% de sus recursos, hallará en la propia lectura su recompensa, porque Perucho dosifica con extraordinaria habilidad las peripecias de sus ilustrados y sabe ir más allá de las sangrientas rencillas carlistas para llegar a lo que de humano nos iguala, sea cual sea nuestra posición ideológica. El tema del vampirismo no era frecuente, desde una perspectiva literaria española, en los años 60, de ahí la creación a contracorriente de un novelista excepcional como Perucho, juez de profesión, por cierto. Y acaso de ahí, también, que se tardara tanto en reconocer la calidad general de su obra y la de este libro en particular. Si hay intelectores capaces de confiar en esta propuesta, puedo asegurarles que no cerrarán el libro defraudados. Ese será el momento, por ejemplo, de atreverse con El jardí dels set crepuscles, de Miquel de Palol, quizás la mejor novela catalana de la segunda mitad del siglo pasado. De moment, per fer boca, un petit fragment extret a l’atzar de l’acte d’obrir el llibre sin designi:

         En arribar a la venta de Camposines, els nostres amics, amb gran sentiment, hagueren d’abandonar el carruatge, puix que d’ara endavant no hi havia més que camins de ferradura. Dipositaren, doncs, el tílburi a la venta, l’amo de la qual cobrà setze reals pel dipòsit –conservació i neteja inclosa–, i es disposaren a continuar la percaça del vampir, disfressat, ara, de guerriller. Abans, però, dinaren a la venta, on els fou servit un be sensacional rostit amb alioli, regat amb un vi de la Terra Alta que, de tan fort, produïa pampallugues als ulls. Amadeu es permeté de dir que, amb la pudor que feien llurs alens, no hi havia perill de témer cap atac del vampir. Montpalau, però, trobà inconvenient i de mal gust aquesta observació i, amb una severa mirada, el féu callar.

         Bon profit, doncs!




*Cualquier edición es buena, pero a mí me ha encantado la de Cercle de Lectors, de 1991, cuya portada reproduzco en el encabezamiento de esta entrada.

5 comentarios:

  1. En un tiempo en que no hay puentes, todos están caídos o hundidos, entre la cultura catalana y la española, es bueno hablar de algo que pueda constituirlo, de ser un vínculo de tránsito entre las dos orillas, tan abismalmente alejadas. No he leído a Joan Perucho, pero lo tenía por un autor interesante si, además, es equivalente o paralelo a esa generación de espléndidos narradores que has citado.. Así que puedo decir poco al respecto.

    Hoy he estado tentado de bajar a Barcelona a la concentraciión del doce de octubre, y, al menos, hacer alguna foto en un ambiente que llevaría a que la gente se dejara fotografiar sin problema. He desistido pues siento fobia por todo tipo de plasmación de una idea o del patriotismo sea del signo que sea. He oído pestes de este día por parte de catalanes "de veritat". Y he visto fotos de alguno que se ha atrevido a asistir a la manifestación con ánimo de ridiculizarla luego con sus fotos de energúmenos con yugos y flechas tatuados en los brazos. Siento tristeza ante ello. El catalanismo es, sin advertirlo, profundamente totalitario en esa mirada de desdén y asco ante todo lo que huela a español, virus del que hay que librarse sea como sea. Y si hay que ridiculizar tomando la parte por el todo, pues se hace. Vivimos en una sociedad enferma a mi parecer. Puedo entender parte de sus motivos históricos, pero no esa pretensión de crear un mundo colorido y virginal confrontado a un mundo oscuro y siniestro que sería España. Hay una enorme violencia interna en esta sociedad por más que se crean moderados, demócratas y progresistas. Temo ese desdén que no atiende a matices y solo forma una imagen pura frente a la putrefacción del otro lado. Hoy para mí es un día triste y me alegro de no haber ido por más que mi corazón esté en ese mundo complejo que es la riqueza intertextual, esa que hoy nos has transmitido con la lectura de Perucho.

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    1. Te agradezco el reconocimiento a mi intención pontiedificadora, que no pontificadora... ¿Lo mejor de la reunión de ayer en Plaza de Cataluña? Un eslogan que hizo fortuna: "Contra independencia, inteligencia", coreada esta última al estilo de la independencia de los secesionistas. Esa tristeza tuya la sentí yo cuando una familia catalanísima, allá por el año 68 del pasado siglo, me mostró, a mí que me consideraba -y sigo haciéndolo- murciano de adopción, un poema del hijo mayor en el que se echaban pestes -se veía que la mar de graciosas, pero eran en catalán y entonces no me enteré de nada- de los murcianos invasores comparándolos con la serie "Los invasores", los del meñique estirado. Así me estrené yo en mi primer visita a esta tierra, antes de venir a vivir en ella, lo cual quiere decir que hay un sustrato cierto en esa posición xenófoba que Heribert Barrera, al más puro estilo Aranista, defendía sin tapujos. Sí, triste hasta decir basta.

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  2. Ay, se tienen que oír tantas pero que tantas tonterías... Y no me refiero, claro está, a este espacio, sino a lo que comentas y a tu recuerdo del siglo pasado. Una amiga india, nacida en Calcuta, me decía el otro día aquello de que allí tienen casi 500 lenguas, pero "de verdad", me recalcaba, como subrayando que eran verdaderamente diferentes, no como las nuestras. Lamento no haber podido estudiar gallego, mi lengua materna, y es por dos razones (aunque hay más): 1) que su parecido con una parte de la gramática catalana y otra parte de la gramática española, me interfiere mucho mi competencia en esas lenguas respectivas; 2) que el peso del preceptivismo me asquea. Lógicamente las lenguas minoritarias se tienen que escudar en hacer normas y más normas, algunas de ellas tan arbitrarias que... Y para mí el gallego más válido es el de Cunqueiro. Cunqueiro fue el diapasón de lo que tendría que ser la lengua gallega, como Pla creo que fue el del catalán. Y sin embargo el gallego dominante es el de TVG.
    En cuanto pueda haré la lectura que recomiendas a no dudarlo.

    No nos desanimemos. No ya los unos a los otros, que eso de ninguna manera, digo cada cual a sí mismo.

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    1. Soy hijo de gallega que habla el castellano con acento, pero a quien nunca se le ocurrió que podría habérnoslo enseñado, si es que lo domina, que lo dudo. Cosas de este país. Lo del normativismo sí que es una losa. Cuando la reforma de Fabra, se partían las muelas haciendo burla de los "hi" que salpicaban los textos como si fueran risitas de melindrosos. Nada que ver con el recio catalán pitarresco, con sus dosis de castellanización precisas, con el que disfruto cuanto quiero. Lo peor de todo es la artificialidad "de tot plegat", la falta absoluta de espontaneidad. Antes Esquerra, cuando era el único partido que defendía la independencia, aún me merecía respeto por su coherencia. Ahora me lo sigue mereciendo pero le planto cara, a través del gobierno, me da igual quién lo ocupe en este momento, porque el estado no es el gobierno, para que no me conviertan en extranjero. Aunque no sé si con esa cndición lo vería todo con más relax... El libro, que es lo importante, tiene un catalán precioso y lleno de matices decimonónicos que se agradecen, porque, siendo "escaient", tiene naturalidad.

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  3. En mi caso todos mis antecesores hablan y hablaron en gallego, así que en casa se hablaba en gallego. Un día descubrí que mis sobrinos -cuando aún eran pequeños- pensaban que mis padres eran tontos [sic] porque no hablaban catalán ni español. Se pensaban que no sabían hablar. Esta revelación me situó de la forma más violenta pero clara en lo que es mi situación, la situación familiar y la de este país. Lo peor de todo, apreciado Juan, es que pienso que mis sobrinos aún lo creen. Mi padre nos falta desde el año 2008, así que ya no ha podido ver en qué ha evolucionado lo que él dejó un día de total desconcierto de enero. Hacía tanta calor que los pájaros, en plena migración, no sabían si tenían que volar hacia África o hacia Europa. Yo creo que estamos ante un auténtico delirio o folie à plusiers, algo tan temible como un ébola suelto. O más. El ébola tendrá tarde o temprano remedio, esto otro no lo veo tan claro.
    El libro lo tienen en una biblioteca de mi barrio, en Horta.
    Que pases un buen día.

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