jueves, 25 de septiembre de 2014

Eise Osman: un aforista de Gualeguay, un luminoso rincón de la palabra.

                            


Un hallazgo fortuito; un encuentro definitivo: Los Aforismos del beduino, de Eise Osman.


Nacido en Paraná aunque residente en Gualeguay, Eise Osman, profesional de la medicina –y recuérdese que los Aforismos, como género, nacen, así bautizados, con la obra de Hipócrates–, es, también, o sobre todo, un aforista singular al que acabo de descubrir en un recodo de esa asendereada investigación que llevo a cabo sobre la aforística y cuya voz quiero traer a este Diario porque, o mucho me equivoco o su singularidad merece una audiencia mayor que la ya bien establecida en su país, Argentina.
Si yo lo traigo a un rincón recóndito como este Diario, no es porque piense con ebrio orgullo que puede ser altavoz de su excelencia, por supuesto, sino porque no ignoro que hay intelectores que lo visitan que sabrán apreciarlo en lo que vale. Osman, como bien dice Isidro Blaisten en el prólogo a Aforismos completos del Beduino, no es de aquellos escritores que decía Nietzsche: Hay escritores que enturbian las aguas para que parezcan profundos, sino todo lo contrario, un escritor que emerge de la profundidad para aclararnos las aguas por las que navegamos. No se trata de un doctrinario, al estilo de quienes confunden el género con un púlpito, sino de esa caña pensante que decía Pascal, frágil y vulnerable, que es la persona, porque Osman no es un saco de certezas sino de perplejidades y de preguntas. Pocas son las convicciones que podemos encontrar en sus aforismos y sí muchas las paradojas que le asedian, y en modo alguno se acomoda a la confortable  cautividad de esos valles por donde, según el autor van los lugares comunes, por donde transitan los pseudoaforismos, sino que aspira a hallar algún consuelo en el bosque de signos casi indescifrables en el que día a día, con el vivir cotidiano, nos internamos. Su originalidad enunciativa se aprecia, formal y conceptualmente en un libro como A vivir se aprende desaprendiendo, un original viaje a la semilla tan lúcido como divertido. Porque, acaso no lo he dicho con suficiente claridad antes, pero hay un exquisito sentido del humor que nos habla de la cordialidad humana básica desde la que se enfrenta el autor a la vida cotidiana, no a la excepcional del pensador que se aparta del común de los mortales, sino a la de quien se mezcla con los demás y a partir de ese contacto construye su obra. He aquí una brevísima selección de la obra a la que he podido acceder desde el buscador de Google, una muestra breve, pero sustancial, y que no será, mi único encuentro con él, porque trataré de hacerme con el volumen completo de esos Aforismos completos del beduino errante, que en nada desmerecen de los de Antonio Porchia recientemente comentados en este Diario:

Mi sombra es la complicidad de mi cuerpo con su nada.
Transportamos el muerto que somos en las esperanzas que fundamos.
Cuando me voy de mí siempre regreso extraviado, por el camino menos pensado.
Nacemos en el tiempo y morimos en el espacio.
El todo es una abstracción de mi nada.
Todo hombre seguro de sí  mismo es una figura deformada por un espejo circular.
Lúcido es aquel que sabe ver a través de la trama, y no solamente la trama.
La palabra es el espejo ritual de los objetos.
El pasado no me pertenece, yo soy su pertinencia.
A veces pienso que soy el camino que no elegí.
Creamos fantasmas imaginarios que luego nos infligen castigos reales.
Cada palabra es una trampa que se abre para ocultar nuestra ignorancia del mundo.
La palabra siempre señala la sombra de un objeto que huye.
La mirada que descubre es la que ilumina; la que no percibe, es sombra que oculta.
¿Por qué decir lo que el silencio sabe?
El yo camina por la cornisa del otro, que le indica su límite.
La realidad está entre la percepción y el lenguaje, cabalgando sobre el tiempo.
La existencia es un exilio del ser. Por eso la vida nos es extraña.
El ser del devenir es el instante.
La vida es un espejo de sombras, la muerte es una sombra sin espejo.
Cuando un tonto desciende por la estupidez de la palabra, el sabio asciende por la verdad de su silencio.
Toda creación es una chispa escapada de otra fogata.
Un tiempo en otro tiempo se suicida.
El que siembra la discordia elige el terreno. El que rechaza la discordia elige la semilla.
Es tan ancho el camino de la duda, y tan estrecho el de la certeza, que a veces no permite el peso de la verdad.

¿No es reconfortante, de tanto en tanto, que sustituya uno de mis indigestos ladrillos expositivos por esta suerte de jirón de nube dialéctica? La lectura de aforismos tiene mucho de ensayo para la ascética zen, nada cinética. Acaso, muy a la larga de tan cortos textos, descubramos cómo suena el aplauso de una sola mano. De momento, dejarse mecer en este vaivén de acordados desconciertos que nos ofrece Eise Osman es lo más parecido al dulce coloquio con la imperecedera humildad de los que saben y casi casi callan, si no fuera por estos preciosos añicos de lo que nunca se convertirá en texto explícito. Me siento interpelado especialmente por el que me obliga a callarme: Cuando un tonto desciende por la estupidez de la palabra, el sabio asciende por la verdad de su silencio.


viernes, 19 de septiembre de 2014

El árbol, el ser, la pasión…



Los Árboles hombres de Juan Ramón Jiménez


   
Corteza al óleo

El ser humano siente atracciones cuya raíz en no pocas ocasiones es simplemente eso, una raíz, hundida en la oscuridad de la tierra  y nunca vista, pero cuya fuerza atractiva se impone a muchos deseos conscientes. ¿Deseos inconscientes, habríamos de llamarlas? Sea. Antes de ser un Artista Desencajado, desde la primera infancia, acaso, ha sido avasallador el poder de atracción que sobre mí han ejercido los árboles. Lo he vivido. Nunca lo he estudiado. Ahora tampoco. Quiero limitarme a compartirlo. Hay quienes se sienten atraídos por las rocas. Otros por los insectos. Otros por las estrellas. Podría haber devenido una seria pasión, pero, al margen de la pasión amorosa, mi gran pasión es el conocimiento, por lo que el campo de acción de mis deseos es innúmero y no me deja focalizarme en un solo objeto. Ahora bien, todos saben que la pasión del conocimiento se extiende a sus objetos. Es una manera de vivir. 
  
Las escamas

Viene todo esto a cuenta de las imágenes tomadas estas vacaciones, no tanto de árboles enteros, que también, sino, sobre todo, de las cortezas, como si me animara el dictum nietzscheano de que “todo lo profundo ama la máscara” y el complementario de Valéry, “lo más profundo es la piel”. Que en todo ello haya un lejano recuerdo de la impresión que me produjeron las pieles cuarteadas de los rostros de campesinos de Vela Zanetti en los incomprensibles libros de Formación del Espíritu Nacional –que tan poco poso dejaron en mí, como ocurre siempre que se quiere imponer una realidad mediante una asignatura–, bien pudiera ser, pero desde siempre el árbol ha sido para mí imán poderoso, como él lo es, desgraciadamente para sí, del rayo. La belleza tiene eso: atrae la destrucción.
   
     
El capricho
Árboles hombres

Ayer tarde
volvía yo con las nubes
que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
solo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía
vi a los árboles mirarme,
se daban cuenta de todo,
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, muy tarde,
oí hablarme a los árboles.
(Tomado de «Romances de Coral Gables», en En el otro costado, 1936-1942.)

La piel
        
 He querido unir esta pasión arbórea al poema de Juan Ramón, Árboles hombres, que acabo de transcribir, y por el que siento justificada predilección, aunque no esté entre los más conocidos o famosos del autor. El poeta de la eternidad, del espacio, de la inteligencia, de la intuición, de la belleza…, como buen heredero del romanticismo, fue también un panteísta y en este poema, con esa quintaesenciada expresión suya, incomprensible hoy, lastimosamente, para la mayoría de los bachilleres, exhibe no tanto su amor por la naturaleza como su aspiración a fundirse en ella. La estructura es la de un romance lírico-narrativo que cuenta una historia sencilla pero emocionante en la que el protagonismo lo adquiere la oposición constancia-fugacidad y cómo el poeta, “el pasante” ha logrado ser, aunque fugazmente, “el constante”, conceptos que se oponen a distancia, dándole al poema una estructura circular, como si los lectores fuéramos la misma nube redonda y tierna que se adentra en el bosque, ese paraje del que incluso ha de salir el "pájaro solo" cuando llega el poeta para poder “instalarse”  como “un árbol distinto” que guarda respetuoso silencio mientras oye hablar a los árboles, con esa delicadeza de no darles el disgusto de habérselas, los árboles, con un “árbol distinto”, que es el poeta, un árbol con “forma de hombre errante” que, “con vuelo de luz”, a la hora de la última estrella, acabará alejándose de ellos. Un espacio juanramoniano de soledad eterna y silencio inacabable, características definitorias del “secreto paraje”, con el eco lejano de la floresta en la que se interna el caballero artúrico en pos de lo maravilloso.


Los árboles del bosque hablan entre ellos sin advertir su presencia o acaso perdonándola. Cuando el poeta ha de alejarse, porque su destino es pasar, a pesar de haberse  “retardado hasta la estrella”, se va en “un vuelo de luz suave”, discreta y respetuosamente. Desde lejos, el poeta sufre el desgarramiento de alejarse de aquellos árboles que, mirándolo, “se daban cuenta de todo”, que no es otra cosa que el drama de la fugacidad de la vida y el del deseo insatisfecho. Les oye hablar de él “con blando rumor” y el poeta arborizado renuncia a desengañarles de la ilusión vivida por los árboles, porque no quería traicionar la dulce acogida que le habían dispensado, se negaba a revelarles que él no era un árbol constante, sino un hombre pasante. Al final, sin embargo, el poeta, con alborozo que ya no expresa pero que el lector añade con toda legitimidad, nos dice que “oí hablarme a los árboles”, me, no entre ellos, como si al verlo marchar quisieran decirle que a él también lo consideraban un árbol constante como ellos y que le daban la bienvenida.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El esputo de Leviatán



                            



El esclavo ya horro

A pesar de mi buen fondo, y superficie, solidarios, siempre me separó de los partidos autodenominados –en un lamentable ejercicio de ficción– de izquierda el afán totalizador con que pretenden, desde la patrimonialización de la razón, organizar la sociedad, y, sobre todo, su culto al trabajo y la canonización del trabajador como el héroe de la Historia. Siempre he odiado el trabajo, porque cuando este realmente lo es, forzoso, primumvivérico, es la prístina maldición de Caín.
Entre las dos fotografías, una de un pueblo pequeño de Cataluña, Berga,  y la otra de la capital, en el peculiar barrio del Raval de Barcelona, media una vida laboral de 33 años dedicados a la docencia, a los cuales se han de sumar otros 8 de ocupaciones diversas para completar los 41 que he estado bregando con esa maldición. Ninguno de cada uno de los días de cada uno de esos 41 años he dejado de vivir la angustia de la esclavitud de la que ahora me libero con tenue júbilo, porque el destrozo interior ha sido devastador. Fui auxiliar administrativo en Hacienda y entiendo, como un alma gemela, el hastío, el dolor y la desesperación del esclavo que también fue Kafka en la compañía de seguros. Como esos personajes que en las películas de pseudoterror actuales salen del estómago del monstruo lleno de babas viscosas, así he salido yo de las entraña de Leviatán, y espero que, como a tantos ocurre, no sea para acabar, de aquí a poco, en las entrañas de Gea...
En una lejanísima conferencia de Juan Goytisolo acerca de su obra y de su vida, recomendó a los escritores noveles, alguno de mí lo fue entonces y otros lo siguen siendo aún, que se buscaran una profesión, que no intentaran vivir de la pluma, para poder escribir sin renuncias dolorosas, aunque él no confesó haberlas hecho. En perspectiva, y aun a riesgo del brochazo, en vez de la pincelada, creo que quería quitarse posibles futuras competencias. Para maldito, él.  Y ya estaba el cupo del país cubierto: “El país es muy pequeño para dos malditos, forastero”, nos vino a decir. Él ha vivido siempre “en artista”, sin el yugo ajeno impuesto, y la mar de bien, por lo que parece; y no diré, está claro, que inmerecidamente. Yo he vivo siempre “en esclavo”, uncido a ese yugo, y venciendo enormes dificultades para que alguno de mis yoes escribiera y/o publicara algo, que los destinos de los tres no son los mismos, ciertamente. Y ello a pesar de que Nietzsche nos dijera que "una profesión es el espinazo de una vida"; pero hasta de los preclaros se discrepa.
He sido una pieza de un engranaje atroz que lleva más de 30 años sacrificando generaciones, porque los diseñadores de la máquina educativa nunca se han puesto de acuerdo para reunirse y consensuar un instrumento que sea válido y permanente. Si no fuera porque decir “luchas ideológicas” –en este país en que las ideas no sólo son un bien escaso, sino que sus poseedores han sido muy a menudo considerados blanco de cacerías exterminadoras– es mentir bellacamente, a ella le deberíamos achacar, un conflicto de creencias religiosas, en el fondo, esa imposibilidad de consenso nacional sobre lo que necesitan los educandos. Sin que sirva de disculpa, sino de fiel retrato, de mí sé decir que no he tenido más que dos objetivos pedagógicos a lo largo de mi torturante vida profesional: enseñar a leer y a escribir. Lamentablemente, no he conseguido ni lo uno ni lo otro, y doy fe, por estricto sentido de la justicia, de los esfuerzos enormes que he dedicado a esas labores; porque, aun castigado hasta la derrota por la maldición, mi sentido del deber profesional me impedía no justificar con los esfuerzos adecuados la escasa soldada.
Quien ha nacido para escribir difícilmente puede tener un buen concepto de ninguna profesión que les robe tantísimas horas de ocio acaso fecundo. En la de la docencia, sin embargo, he aprendido a admirar a no pocos colegas que luchan titánicamente por sobreponerse a los continuos desperfectos que añaden a la máquina trituradora, que no instructora, los diferentes gobiernos, que gobiernan aunque no rijan.
Si a esta hiriente realidad añadimos haber desempañado la profesión en el marco de un Movimiento Nacional Catalanista de inequívoca raigambre española, se comprenderá a la perfección el alivio que supone ser expulsado por ese engranaje a la luz exterior.

Hoy, 14 de setiembre de 2014,  cuando tantísimos colegas velan armas para el inicio de la larga gestación de un curso académico, por primera vez en 41 años yo lo espero, el día de mañana, con la certeza de la dedicación absoluta a cuanto sé, y a cuanto ignoro, que habré de escribir. Dejo atrás, pues, la tortura, y aunque maltrecho, y acaso tarde, recupero la propiedad de las horas de los días para poder cada uno de los que me habitan atender a su mester individual, ahora que a todos la jubilación nos pone un puente de plata…

viernes, 12 de septiembre de 2014

La grafología: de la psicología alicorta a la mancia de altos vuelos.


                   
                      Escritura siniestra

II.  La grafología: entre la adivinación, la crítica psicológica del signo escrito y los prejuicios colectivos.*
                                                     
     No me las voy a dar de entendido en grafología, a pesar de lo que de aquí en adelante se lea, porque mi experiencia intelectora sobre esta disciplina se reduce a la lectura de dos manuales, uno de Maria Rosa Panadés, Prontuario de grafología, Ediciones Zeus, Barcelona, 1971, muy completito, dicho sea de paso por sus 243 páginas de letra apretadita y numerosos y elocuentes ejemplos; y el otro de María Fernanda Centeno, Manual Básico de Grafología, publicado en la red por el Colegio Mexicano de Grafología y Criminalística. De estas dos fuentes, así pues, saldrán todas las referencias a esta pseudociencia o aspirante a ciencia que aparecerán  en cuanto se lea de aquí en adelante. La interpretación de los datos allí leídos, así como mis escepticismos, perplejidades y sorpresas, sí que caen del lado de mi responsabilidad crítica.
  Mi interés por el arte del desvelamiento de la personalidad a través de la escritura está en relación directa con la vergüenza que siempre he sufrido por mi cacografía particularísima, por un lado; y, por otro, por la tentación de interesarme por esa especie de adivinación del carácter que, a modo de horóscopo gráfico, nos propone la grafología, máxime después de la pesada serie de entradas que le he dedicado a la teoría del carácter y que el intelector interesado encontrará con facilidad en este Diario [En 6 entregas, la última doble, desde el 6 de mayo hasta el 12 de julio]. Que la personalidad pueda revelarse desde los personales trazos de la escritura de cada cual siempre me ha parecido un acto de auténtica magia. Quería ver, así pues, qué había de magia en esa “lectura” del carácter a través de la grafología y qué de ciencia, si es que pueda existir algún tipo de relación entre ambos conceptos.
En primer lugar he de decir que lo que sí hay es un campo léxico específico cuyo conocimiento merece la pena de cualquier lectura al respecto. El afán taxonómico de esta disciplina ha creado un corpus terminológico del que iré dando algunas muestras, para solaz de mis intelectores y propio. No hay disciplina académica sin terminología, de ahí la rapidez con la que las pseudodisciplinas, ansiosas del prestigio social e intelectual que suele denegárseles, establecen una terminología que dificulta el acceso a la posesión de las herramientas hermenéuticas que son capaces de descubrirnos desde enfermedades coronarias hasta la condición de psicópata peligroso.
Procedamos con orden, algo que me cuesta horrores, porque lo mío es la madeja enmarañada de las digresiones, no los párrafos ordenados militarmente como la orden del día cuartelaría. Primero hago un repaso de algunos conocimientos básicos de esta mancia y, después, expongo las conclusiones a que he llegado analizando mi propia letra desde esos conocimientos. Estos:
La inclinación de la letra es algo así como el impulso primigenio que seguimos a la hora de escribir. Según nos inclinemos hacia uno u otro lado, o la mantengamos enhiesta como el asta de la bandera del orden, la escritura nos depara estas virtudes o aquellos defectos. Hay escrituras sinistrógira -nada que ver, por cierto, con la siniestra de la ilustración con que yo escribo mis obras de teatro...- o regresiva, por ejemplo, que es la que presenta una inclinación hacia la izquierda, o sea, en sentido contrario a la marcha de la escritura, obligando, por tanto, a un constante autocontrol de los propios gestos, forzándolos a seguir una inclinación contraria a la que nace espontáneamente de los mismos. Denota reserva, individualismo, afición por la autoobservación y, generalmente, disimulo, falta de generosidad; evasión de la realidad; inadaptación; egoísmo, egocentrismo y tendencia al disimulo. De igual modo que la hay dextrógira o progresiva, esto es, inclinada a la derecha, lo cual implica: inteligencia, sociabilidad, extraversión.

El trazado de las letras y la presión que ejercemos a la hora de escribir nos permite, a su vez, una clasificación que, aun extensa, gozará del beneplácito de mis intelectores:

Escritura de presión fusiforme [líneas finas combinadas con líneas fuertes; típica de las letras  caligráficas]: Denota sensualidad, placer de vivir, amor a las cosas que adornan la vida.
Escritura pastosa [la de rasgos fofos y llenos, sin diferencias de presión entre unos y otros]: sensualidad. Ausencia de autocontrol. Dejadez. 
Escritura babosa, empastada [con prolongaciones inferiores sucias y tinta corrida no debida a la pluma, sino a la presión]: Agresividad, violencia, ira. 
Escritura martillada [trazos en forma de martillo; sobretodo apreciados en las tildes de las t]: Emotividad, impulsividad, violencia. Si va acompañada de presión fuerte: brutalidad. Escritura acerada [de terminaciones agudas y cortantes]: Profundidad, penetrabilidad, especialización, agudeza incisiva. Escritura yuxtapuesta [letras separadas totalmente unas de otras]: Intuición. Riqueza de ideas. En general, falta de sentido práctico. Facilidad para analizar los detalles. 
Escritura agrupada [enlaces entre dos o tres letras dentro de cada palabra]: ideas personales. Independencia de juicio, adaptación. Escritura fragmentada o brisada [ligeros cortes en los trazos de las letras]: Trastornos respiratorios o circulatorios. 
Escritura angulosa [enlaces en forma de ángulo] Firmeza, decisión, despotismo –cuando la presión es muy fuerte. Constancia. Escritura en guirnalda [redondeada en la base; las m y n tienen la forma de u]: Amabilidad, dulzura, atención, bondad, cortesía (en general, rasgos de escritura femenina). 
Escritura en arcadas [enlaces que tienen la forma de arcos convexos]: Si los arcos son muy acusados, indica pretensión, orgullo, suficiencia, vanidad, obsequiosidad, servilismo.
Escritura en guirnaldas de base cuadrada [signo grafológico negativo]: Amoralidad.
Escritura filiforme [trazada a modo de hilo que se desdobla]: Si los rasgos son rápidos: Especulación y busca, por todos los medios, de los fines que se propone el sujeto. 
Escritura ligada [cada palabra o, al menos, la mayoría de palabras, se escriben sin levantar la pluma]: Espíritu lógico, racionalismo. Deducción. Si todas las palabras están enlazadas entre sí, nos hallamos ante estados maniáticos y obsesivos.
         Lo último de inequívoco interés, y que es, acaso, por donde debería haber empezado, es el significado del dibujo de cada letra o grupo de letras, porque algunas de ellas comparten rasgos cuyo significado es único para todas ellas. He aquí una síntesis apretada de algunos de los conocimientos que llamarán la atención de los profanos:
         a) Su importancia está sobre todo en la cola, por ser  continuación del óvalo que, según C. Muñoz
Espinalt, simboliza la personalidad.
g) Las jambas, y sobre todo la de la g, tienen un valor simbólico considerable, porque han sido definidas como signos reveladores de la sexualidad.
m) La letra símbolo del egoísmo.
n) el trazado de la letra n es el más apropiado para reflejar el temperamento.
o) Letra básica, según el método grafológico de C. Muñoz Espinalt, por simbolizar la síntesis de la personalidad.
t) Símbolo de la voluntad, por el esfuerzo que representa el tener que cambiar radicalmente la trayectoria de los movimientos, el que traza el palo y el que traza la tilde.
Los trazos, igualmente, tienen un significado que se suma a los ya expuestos para redondear el análisis
d regresiva: aislamiento, introversión, reserva.
Jambas de la j y prolongaciones exageradas: acusa libidinosidad.
Jambas simplificadas, incompletas: autocontención sexual.
La agudeza viene señalada por la marcada separación entre letras y entre sílabas, signos que reflejan la intuición, así como por la austeridad de los trazos y de todas las letras, mayúsculas y minúsculas.
La g de óvalo invertido y con jamba incompleta y la preponderancia de la zona inferior de la f muestra la inversión sexual.
La forma de la d, adornándola con un rasgo agresivo, ganchoso y arqueado, indica afán de agradar y seducir. Con vivo apego a las cosas del pasado.
Finalmente ofreceré una correspondencia entre ciertos caracteres comunes y el tipo de grafía que les corresponde, según lo exponen en dichos manuales:
Abnegación: escritura comprimida, estrecha, apretada. Tildes de la t muy bajos. Pocas angulosidades.
Agresividad: Tildes de la t largos y acerados, a veces, martillados.
Ambición: Firma ascendente y grande.
Amor propio: Mayúsculas muy perfiladas. Letra s minúscula de mayor tamaño que las restantes. Palo de la p que se proyecta de forma muy acusada en la parte superior de la línea.
Apocamiento: Rúbrica que cubre o semicubre al nombre.
Autoritarismo: Barras de las t muy largas.
Benignidad: Puntos de las íes más bien elevados.
Bravuconería: Escritura de gran tamaño, con mayúsculas sobrealzadas y adornadas. Tildes de la t exageradamente largos y, a veces, complicados.
Coquetería: La letra n redondeada. La rúbrica aparece con dos pequeños travesaños.
Depresión: la letra s y los finales de palabras están por debajo del nivel de la demás letras de la misma palabra.
Erotismo: Jambas de la g, j y q, y a veces la p, totalmente desproporcionadas.
Negligencia: Escritura acelerada, inestable, gladiolada; de fragmentos poco legibles y otros claros. Enlazada. Margen iaquierdo muy irregular. En conjunto, poco sinuosa y poco regular.
Obstinación: La tilde de la t es descendente.
Sobrestimación: Trazar las mayúsculas separadas de las minúsculas y de forma exageradamente grande.
 Por lo que hace al capítulo personal, comenzaré con este hermoso augurio del señor Rochetal, al que tan próximo biológicamente me hallo: A partir de los sesenta y cinco años, la escritura envejece, se hace temblorosa como la mano que lleva la pluma, se vuelve cada vez más descendente [pérdida del ardor, de la pasión, de las ambiciones], apretada, expresando la avaricia natural de los ancianos. Y aparece, además, con letras iguales en altura, pues el viejo no tiene necesidad de mentir.
     Desde este diagnóstico, casi podría decir que me es indiferente lo que esta inmisericorde pseudociencia haya de decir de mi grafismo, o mejor dicho, lo que yo he descubierto en él a partir de sus juicios vulgares y tradicionales hasta la extenuación, cuando no tan arbitrarios como carentes de fundamento. Las oposiciones básicas de nuestro sistema binario: ascendente, positivo; descendente, negativo, por ejemplo, forman el corpus doctrinario de esta disciplina. Así pues, cualquier “verdad” que me revele la tomo con las debidas precauciones. Decir “verdades”, que pasan por “revelaciones” sobre alguien de quien se desconoce todo, no es tan difícil, como bien saben los charlatanes mánticos, porque su sistema de generalización aproximativa es el mismo que usan los políticos, por ejemplo, a la hora de diagnosticar cuál es la realidad concreta de una sociedad en un momento dado.
Después de indagar con escrupulosa mirada cotejadora, percibe el grafólogo inexperto que su cacografía está afectada por muchas de las que le revelan verdaderas barbaridades y algunos halagos, da igual cuál sea la corriente o secta teórica desde la que haga el cotejo: la escuela simbólica de Pulver; la Intuitiva de Moretti; la emocional de Monroth, la francesa de Michon o la española de Muñoz Espinalt y Matilde Ras, por ejemplo. Mi escritura es dextrógira, filiforme, agrupada ( Dentro de una misma palabra están unidas dos o más letras, luego se separan y después se vuelven a unir. La persona usa la lógica y la intuición. Tiene agilidad mental , equilibrio y capacidad de asociar ideas. También indica desequilibrio y comportamiento desigual ), con espíritu de celda –tanto la carcelaria como la monástica–, y, sobre todas las cosas, ilegible y -y aquí viene el rosario de los hermosos piropos a mi trabajada cacografía ilegible-
          Agitación, nerviosismo,, actividad febril, desorden.
          Gusto por intrigar, por sorprender, y por hacer dudar.
          Indiferencia hacia la persona que va a leer el escrito.
          Disimulo de las propias intenciones.
          Descortesía, mala educación.
          Falta de sentido de la organización.
          Mayor riqueza interpretativa al  inventar palabras.
  Huida de las responsabilidades y obligaciones por    inestabilidad, fatiga o astenia.
     Como se advierte, pues, dan en el clavo y me dejan expuesto como una hermosa mariposa atrapada en el fieltro del ingenio, porque a los avezados intelectores no les habrá pasado por alto que, aunque no se me entienda ni jota, ni efe, ni ge ni de, es evidente mi mayor riqueza interpretativa al inventar palabras, como las muchas que por estos escritos/sotos, incomprensibles en su versión original, voy derramando..., aunque no me atrevo a continuar con el “vistiéndolos de hermosura”, porque para atrevimiento desvergonzado basta con el gesto…

*Por si alguien cree que estas cuestiones de la caligrafía son algo baladí, quiero recordarles que el Arte de escrevir, de Francisco Lucas,  a quien se considera el mejor calígrafo español, en edición de Juan de la Cuesta de 1608 se vende al bonito precio de 6500€...




sábado, 6 de septiembre de 2014

La impúdica escritura manual

                      


I.ACERCA DE LA CACOGRAFÍA: ¿SOMOS COMO ESCRIBIMOS O ESCRIBIMOS COMO SOMOS*? 


Escribano y amanuense han sido oficios porque es evidente que hacer buena letra en modo alguno es equiparable a razonar bien o a ser creativo. Es más, el rapto creador no parece que pueda ser recogido con una letra que a fuer de  hermosa forzosamente ha de ser perezosa, cuando ese rapto exige diligencia: las Musas envían sus mensajes con la materia de las nieblas, y todos sabemos cómo éstas se deshilachan y desaparecen en un trazo demorado… En consecuencia, la letra desgarbada, la contrahecha o la directamente ilegible acaban convirtiéndose en una suerte de virtud añadida a la de la genialidad, sin que por ello pueda ni deba concluirse que los analfabetos lo sean.
Es muy probable que nuestra letra haya sufrido una transformación como la de nuestro rostro, algo que, en estos tiempos de tanta imagen es fácil comprobar (Mi amigo Joan Carles ha ido guardando fotos de carnet de todos los años de su vida, de modo que ha acabado componiendo un mosaico vital que impresiona a simple vista, porque tiende uno a imaginar, al verlos, ¡qué disparate!, que ha ido envejeciendo en esos cuadraditos, sin salir nunca de ellos. Si se quiere un referente fully high brow, véase la secuencia completa de los autorretratos de Rembrandt y se entenderá lo que quiero decir: un auténtico Diario de un artista enmarcado): contemplar los torpes primeros trazos de la infancia, los inseguros de la adolescencia, rellenando los cuadernos con ensayos de firmas en las que hallar alguna en la que reconocernos  hasta estar orgullosos de ella, los cambiantes de la insatisfecha juventud, los despreocupados de la primera madurez, los vergonzantes de la adultez y los garabatos císnicos de la primera vejez… es un ejercicio de flagelación visual para el que se ha de tener cierto cuajo. Al final del camino lo que es seguro es que uno es su letra, le guste, le disguste o le horrorice, tan singular y única como su expresión, su manera de reír, siempre que no sea afectada, sus huellas dactilares o su iris, que permite una identificación 6 veces más fiable que las huellas digitales.
            A poco que se tenga cierta sensibilidad estética, ¡qué difícil resulta no sucumbir a la desolación cuando de contemplar esta contrahecha cacografía mía se trata! Toda la vida con ella y, como mucho, me he granjeado cierta admiración irónica por la conseguidísima ilegibilidad de esos signos que solo la redimen cuando se recodifican, como ahora, en la letra de imprenta del ordenador, cuyo nombre se cumple literalmente en el hecho de la transcripción, porque ni siquiera manualmente soy capaz de evitar los bailes de letras que me dejan expuesto a las fecundas erratas. No puedo recordar en qué momento de mi vida, si lo hubo, tan exacto, cambié la letra desgarbada e infantil por esos trazos nerviosos y perezosos, amén de anárquicos, porque pocos patrones pueden reconocerse en esos trazos que suelen salir un poco a su aire cada uno, es decir, que ni siquiera la misma letra tiene idéntico dibujo en sus múltiples apariciones a lo largo del texto, de cualquiera, como este en particular.
He de apresurarme a confesar que mi incapacidad para el dibujo, mi carencia absoluta de destreza, solo equiparable a mi incompetencia científica, porque no falla que no entienda ni jota de ese mundo al que le di la espalda a los catorce años para abrazar el arduo latín y, más tarde, el griego; que esa impericia, en suma, ha contribuido lo suyo a la tendencia estenotípica de mi cacografía, reconozcámoslo ya, o reconózcalo yo, que es lo que me toca.
Me apasiona la pintura, como los intelectores saben, y, sobre todo, la reproducción del cuerpo humano, y el piropo más hermoso, para mí, que le he dicho nunca a mi conjunta ha sido “tienes ojos de lámina de quinto curso”, ojos que nunca fui capaz de reproducir como se le debe exigir a un alumno al que pueda aplicársele tal nombre.  Mejor, sin embargo, no entro en mi disparatada vida escolar, porque hay realidades que mejor se quedan encerradas en el Libro de Dehesidad, más que de escolaridad, aunque ya he revelado que la de Dibujo era asignatura que yo arrastraba pendiente de un año para otro a lo largo de todo el bachillerato, para mi propia decepción, porque de siempre he tenido un impulso pictórico que solo ha hallado dimensión creativa en esas representaciones de aire geométrico que se garabatean en papeles improvisados, el doodle de los ingleses, mientras se habla por teléfono. En modo alguno, pues, la hoja en blanco es como un lienzo en blanco, porque en aquella raudas aparecen, siempre ha sido así, las palabras con que ocultar su blanco hiriente, mientras que en este no hay manera de iniciar un trazo que no se vuelva una acusación de impotencia.
La caligrafía ha sido arte cultivado en España, a falta de dedicación a las ideas. Se tenía buena letra para no decir nada de interés –un poco al estilo de las comunicaciones *movilescas de hoy: ¿Dónde estás? ¿Hacia dónde vas? ¿Quedamos? ¿Cómo estás? ¿A qué hora? Avísame si llegas cinco minutos más tarde o una parada de metro antes de llegar. ¡Ah, sí, ya te veo! Nos vemos…–, pero, a diferencia de hoy, con la letal pseudolengua SMS, al menos el estilo del dibujo permitía admirar algo. Yo soy de la época del plumín, del tintero y del tampón secaborrones en forma de balancín, como una mecedora que se balanceaba sobre los borrones para tratar de adecentar la presentación. La inseguridad –y cierta asnería fortachona– me hacía taladrar el papel y quedarme enganchado mientras el resto de los compañeros llenaban sus planas con aquellas letras-firulete que fueron mi envidia eterna, hasta que se consolidó, devenido escritor, esta suerte de criptografía por la que se han interesado no pocos servicios secretos… Con todo, no me empacha reconocer que, cuando quiero, lo que raramente ocurre, me creo capaz de escribir con cierta legibilidad…, aunque pronto me canso y me desengaño. Lo mío es seguir a trazo ungular de caballo el galope alocado del pensamiento, y de ahí la tendencia a la taquigrafía en que ha parado –es un decir– mi letra, porque su característica fundamental, y acaso única, es el dinamismo, un salirse los trazos de su monótono surco para desesperación de mi conjunta, esforzada lectora de mis garabatos grafómanos, algunos ganchudos, pero no todos.
Cuando me quieren echar  un piropo, familiares y amigos incondicionales –que no lectores fieles… – me dicen que tengo letra de médico, apta para recetas varias. Yo asiento, pero no consiento, porque los matasanos tienen afán de secta esotérica, mientras que yo, pobre de mí, soy lo más exotérico que conozco. No hay más que echarle un vistazo a la letra de los grandes de la literatura española para percibir el sonrojo con que incluso a llamar cacografía a mis trazos, a mis destrozos, me atrevo. Baste que uno consigo mismo se entienda para que la función comunicativa, propia de la escritura, se cumpla. Es cierto que a veces me pierdo, que otras me desmiento y que aun me desleo, por así decirlo, pero en lo sustancial no estoy descontento con mi suerte, porque esta descompostura más la estimo que esas caligrafías anodinas, sin un relieve ni un nervio que nos distraiga. No quiero entrar ahora en un análisis caracterológico de la letra, en lo que se conoce como grafología, porque, a pesar de haber leído un hermoso tratado, me parece exagerado abusar de la atención de los amables frecuentadores de este Diario. Quédese ese capítulo de la mántica caligráfica para otra ocasión en que eles, qus, erres, tes, des, efes o jotas nos revelen, al contrario de los disparatados horóscopos, que somos como escribimos o que escribimos como somos, que nunca me ha quedado claro. Otro día. Vale.


*No es necesario advertir al moreno intelector de la compasión inmensa con que me he refugiado en ese plural acogedor…