sábado, 7 de diciembre de 2013

Confesiones de un "docilitador" de nuevo cuño...

 El docilitador (o el cortaúñas).*
 (Basado en hechos reales)

docilitar: Hacer a alguien dócil, suave, apacible, capaz de recibir fácilmente la enseñanza. (RAE)

Antes, siempre, aunque no sin reparos, ponía “Docente” en la casilla dedicada a la “profesión” en el impreso de renovación del DNI. La última vez que me caducó tuve que escoger entre la realidad y la ficción. Escogí la realidad y acabé poniendo Docilitador. Declarar mi profesión a los demás, por el motivo que fuera, suponía el embarazo de tener que defender unos periodos de vacaciones con un periodo ciceroniano capaz de persuadir a mis interlocutores de la bondad de mis argumentos, es decir, de la hórrida aspereza del desempeño profesional. Desde que me declaro docilitador, en vez de docente, la percepción ajena de mi trabajo ha cambiado de modo radical. Donde antes se precisaba una elocuencia ática, ahora recibo una compasión empática que justifica e incluso ve cortos esos periodos vacacionales: “Debe de ser muy duro, ¿no?” “¡Ciento ochenta adolescentes a tu cargo! Yo tengo dos y ya estoy desesperada…” “¡Qué valor, encerrarte con tantas fieras! ¡Y cada uno hijo de su padre y de su madre!” “¿Y dices que nos has hecho ningún curso de artes marciales? ¡Admirable!” “El vuestro sí que es estrés, no el de esos controladores salvajes…”
La degradación franca de las condiciones de mi puesto de trabajo y de mis funciones en un INS me han obligado a este cambio que se adecua a la perfección al nombre de mi nueva profesión. De poder explicar la crisis intelectual del 98, según el oportuno estudio de Inman Fox, a la labor de docilitación actual, media un abismo, en efecto, pero, sin pretender ser cínico, porque la situación es lo suficientemente patética como para no caer en el vicio retórico, es evidente que, desde la perspectiva material, el progreso ha sido notable: pocas horas de trabajo previo; pocas horas de corrección posterior; jornada laboral aceptable; vacaciones espléndidas; insufribles reuniones que se convierten en ocasión idónea para que el cuerpo se exprese libremente en forma de sopor tan invencible como disculpable (¿quién puede luchar contra la naturaleza cuando ésta se desata?); clases de docilitación que desarrollan el espíritu de mando y que exigen dominar la añosa  y previsible retórica del “por vuestro bien, vuestro futuro, vuestra autoestima, vuestra integración social, el día de mañana, personas de provecho, etc.”
Como en cualquier disciplina, también en la docilitación –lo propio sería docilitacencia– hay algunos insoslayables highlights –discúlpeseme el barbarismo, producto de la afición a las piezas estelares de la ópera– que se repiten a lo largo de la impartición de la materia:
“He dicho que está prohibido desperezarse en clase”
“Siéntese bien, hombre de Dios, la espalda contra el respaldo de la silla, los codos sobre la mesa, que no está Vd. en un bar, sino en una clase”
“¡Pero cómo se le ocurre escupir en el suelo! ¿Dónde se ha creído Vd. que está! Coja un papel, limpie esa porquería y tírelo después a la papelera, inmediatamente”.
“Haga el favor de no sorber los mocos, que es de muy mala educación –y un puntito nauseabunbo–. Los pañuelos de papel están para algo, ¿no le parece? ¿Pero es que nadie le ha dicho que convertir las narices en una cafetera es algo que está mal visto socialmente”
“¡Pero quiere dejar de darle pataditas a su compañero de delante! ¿Es que no recuerda cuáles son los animales que se expresan mediante coces?”
“¡Quieren hacer el favor de hablar de uno en uno! Levanten la mano, si quieren hablar, y háganlo a medida que yo les diga que pueden hacerlo. ¿Pero cómo es posible que en más de seis meses de curso que llevamos aún no hayan entendido una orden tan sencilla como ésta?”
“¡Vd., ese chicle, a la papelera! ¿Pero cómo es posible que ¡a las ocho de la mañana! esté Vd. ya  masticando chicle? ¿Ha desayunado? ¿Cómo que tantos de Vds. no han desayunado? ¡Pero cómo creen que funciona el cerebro! O le dan Vds, su alimento, hidratos de carbono de asimilación lenta, o no me extraña que se despisten Vds. con esa facilidad asombrosa… Tomen nota de lo que ha de ser un desayuno saludable…”
“¡Que no griten, por el amor de Cristo! ¡Quién les ha dicho que los seres humanos se entienden a gritos proferidos al tiempo! ¿No se dan cuenta de que cada vez que gritamos  dejamos de ser personas? Lo propio de las personas es el diálogo, ¡y por riguroso turno!; lo propio de los animales, chillarse amenazadoramente al unísono”.
“¿Cuántas veces les he de decir que no les está permitido insultarse entre Vds., que los insultos son manifestaciones violentas que sólo conducen a un mayor grado de violencia?
“¿Cómo que no ha traído el material? ¿Entonces a qué viene Vd. a la clase, a pasar el rato, a hacer vida social, a molestar, de “visita”? ¿Y le parece normal? Ni un papel ni un bolígrafo ni nada… Pues así aquí no lo quiero: vaya a la sala de profesores y diga que está Vd. expulsado por no haber traído el material mínimo indispensable.”
“¡Pues claro que se va a sentar con su compañera y va a hacer el ejercicio con ella, hasta ahí podríamos llegar! Y más valía, la verdad, que la imitara un poco y se pusiera Vd. a trabajar”.
“Veamos, he explicado el ejercicio diez veces ¿y me quiere Vd. hacer creer que no lo ha entendido? Para entender algo, amigo mío, hay que hacer un esfuerzo por comprender; no puede uno repantigarse en la silla, como si hubiera venido a una sesión del Circo de la Alegría, en vez de a una clase. El conocimiento se aprende, sí, pero primero se aprehende, con su hermosa hache intercalada, y eso sólo puede salir de Vd., desgraciadamente...”
“¡Ay, que desgraciado poder tienen Vd. en sus inconscientes manos! ¡Un poder que no se lo merecen! Fíjense bien en lo que les digo: nadie, absolutamente nadie, tiene poder sobre la Tierra para hacerles a Vds, estudiar, si Vds. no quieren, ¡nadie!; ni nosotros ni sus padres ni las autoridades: ¡nadie! Si Vds. dicen que en esas ociosas molleritas no entra el más mínimo conocimiento, pues no entra. ¿No es una tragedia? ¡De calibre mayor!”
Podría seguir rellenando “planas” que en modo alguno servirían para enmendárselas a quienes nos las presentan impolutas, inmaculadas, llenas de insignificancia y triste determinismo; pero como botón de muestra casi da en sotana… He ahí, pues, parte de los contenidos de la profesión docilitadora, una tarea que tiene otras labores anejas como las de vigilancia de patios, de pasillos, de puerta de acceso al centro, de aulas, de acompañante de accidentados al ambulatorio, etc.,  muy propias de la capacitación profesional de quienes han hecho una carrera universitaria y han pasado unas oposiciones de las que, es un suponer, han salido investidos con la acreditación de un alto grado de competencia profesional. Sí, la profesión docente en la Secundaria se parece cada día más a la de los cirujanos que, por falta de plazas en la Sanidad, están empleados de pedicuros en los geriátricos y han cambiado el bisturí por el cortaúñas.

* Texto publicado en la desaparecida revista digital Deseducativos y que hoy rescato para hacerlo llegar a nuevos públicos. 




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