lunes, 11 de septiembre de 2006

10 de diciembre de 2...

¡El Réquiem de Mozart está escrito en tonalidad de Re menor, como su concierto nº 20, como el tétrico acorde inicial de su Don Giovanni! También la Tocata y Fuga de Juan Sebastián. Ése es mi tono, el de este Diario, el de toda mi obra, el de mis sueños, el de mis rencores y mis envidias, el de mi soledad atrabiliaria y hediente, el de mi incomprensible vanidad, el de mis extravíos verbales, el de mi casi extinta ciclotimia, el de mis decantadas depresiones y mi consolidada fobia focalizada. Pero en mí todo suena apagado, con sordina. Es extraña la mezcla de la melanolía y la rabia, un monstruo con reacciones difíciles de prever y más aún de atemperar o de encauzar. La herida de la vanidad insatisfecha supura un pus mefítico y espeso, pero no municipal. Muy a menudo, además, me lo acabo tragando y mi cuerpo no sólo se resiente, sino que se desordena y descompone, atosigado, intoxicado, deseante e indeseado... ¡Qué vanidad más innoble y absurda que ésta de pretender convertir en literatura terapéutica, de prospecto..., los rechazos editoriales a mi obra literaria!
Es labor añadida, está claro, pero no me miento: aspiro a que mi Diario desencajado me granjee la reputación que se les han negado a mis encendidas ficciones, porque sé que me he vuelto agnóstico escultor del esputo y de la atrabilis. Al final es muy posible que unas y otro acaben cruzando sus caminos, si quien fui no se me adelanta y me acaba vampirizando... en no me imagino dónde ni con qué argumento –porque esa primera página ya mencionada bien estaría que acabara donde debe: en la papelera: la mejor amiga y confidente de cualquier escritor que se precie–, ¡pero yo sabré resistirme! Es muy probable, además, que me adelante y ocurra justo lo contrario, ¡para su sorpresa, su desconcierto y quién sabe si su metamorfosis!
¿Cómo podría convencerle de que cada cual ha de seguir su propio camino? Nunca ha sido fácil la convivencia entre heterónimos, y estamos todos sujetos a destinos más que caprichosos; pero este Diario lo he convertido en mi lazareto particular, ¡y nadie entrará que no se contamine de mi desgarrada y escarnecedora condición!

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